¿Quién se asoma por tus ojos?
Cuando la democracia decidió que ya era hora de marchitar ese manojo de hierba mala, un juez ordenó encarcelar al hombre. Para tal suceso, se creó una celda cuyas paredes estaban cubiertas en su totalidad por un espejo. Otro espejo se colocó en el techo. Otro espejo se colocó en el suelo.
El hombre fue encarcelado en esa habitación, solo, sin contacto con el mundo exterior, absolutamente aislado. Un carcelero la pasaba comida por una mirilla tres veces al día, sin mirarlo ni hablarle.
El hombre fue encontrado muerto al amanecer del cuarto día. El hombre había roto uno de los espejos con su puño, y con el vidrio se había realizado un tajo perfecto en la garganta, un tajo limpio, digno de quien está acostumbrado a lastimar.