30 noviembre, 2007

¿Quién se asoma por tus ojos?

El hombre, si es que se le puede llamar así, había sido torturador y genocida. El hombre llevaba ese pasado como si se tratara de un ramo de flores, con la frente en alto y la mirada estática.
Cuando la democracia decidió que ya era hora de marchitar ese manojo de hierba mala, un juez ordenó encarcelar al hombre. Para tal suceso, se creó una celda cuyas paredes estaban cubiertas en su totalidad por un espejo. Otro espejo se colocó en el techo. Otro espejo se colocó en el suelo.
El hombre fue encarcelado en esa habitación, solo, sin contacto con el mundo exterior, absolutamente aislado. Un carcelero la pasaba comida por una mirilla tres veces al día, sin mirarlo ni hablarle.

El hombre fue encontrado muerto al amanecer del cuarto día. El hombre había roto uno de los espejos con su puño, y con el vidrio se había realizado un tajo perfecto en la garganta, un tajo limpio, digno de quien está acostumbrado a lastimar.

27 noviembre, 2007

Tristeza se hace una trenza

Varias personas me preguntaron si soy una chica triste. Luego de alarmarme levemente, me di cuenta de algo, y es que esas personas, que no se conocen entre sí, sólo me vieron en fotos. Entonces entendí: casi nunca sonrío ante una cámara. El motivo no es anímico sino vanidoso: no me gustan las fotos en las que salgo sonriendo.
Hay otra cosa, además de mi vanidad fotográfica. La risa no me parece una señal inequívoca de felicidad, así como no me parece obligatoriamente simpática una persona que no para de contar chistes. Mi tristeza es inconstante y de corta duración; a veces estoy triste, pero eso no me hace una chica triste. A veces me río y no puedo dejar de hacerlo, y eso no me convierte en el alma de la fiesta.

Las fotos nunca revelan el todo. Mi risa es una bromista incansable, y le encanta jugar a las escondidas. Y sonríe cuando alguien la descubre.

24 noviembre, 2007

Dioses de barro

Pausa por tiempo indeterminado
desgana sin ropa limpia para cambiar
islote solitario con aire contaminado
caída de dioses de barro
fabricados con tierra mojada
por lágrimas que ya no derramo.

Nunca pensé que lo que no existe
se puede gastar
y sin embargo estoy acá
sentada en el centro del huracán
contando lo que queda
lo que el viento no se llevó
lo que tu sombra una vez sembró.

Hoy, presente contínuo,
ni te grito
ni me oís murmurar,
no preparo maíz
para tus palomas mensajeras
ni tenés ganas de jugar.
Harapos de algo que no existe
es lo que queda de los dos.

22 noviembre, 2007

Olor a suelo natal y buena estrella

No es tu perfección la del implacable matemático que persigue argumentos para poseer la certeza de que dos más dos jamás es tres, sino la del mago sin bordes que no necesita moldes porque no le debe su alma a nadie.
Te vi y cerré los ojos, la resolana me turbó.
Abrí mi olfato y ahí seguías: olor a raíces inmóviles y alas indómitas, olor a suelo natal y buena estrella.
Pienso en la fortuna del día que te conocí, te respiro hondo y oxigeno lo que soy.

20 noviembre, 2007

Identidad: serás lo que quieras ser

en carne viva el carruaje que la lleva a sus adentros
la sonrisa despeinada de ir en contra de los vientos
(Marea)


Toda la familia se hallaba presente, un nacimiento siempre es algo para festejar.
- ¿Cómo se llama la nena? - preguntó alguien. Antes de contestar, Libertad miró a sus familiares, uno por uno:

Salvador, bombero voluntario que limpiaba pingüinos empetrolados en sus ratos libres.
Cándida, quien tenía la manía de enamorarse de estafadores.
Segundo, pobre perdedor.
Amparo, administradora de un albergue para personas sin casa.
Modesto, no hay mucho para decir de él.

Con la sonrisa despeinada, Libertad contestó
- Gilda. Se llama Gilda.

16 noviembre, 2007

El triunfo de Calibán

En marzo escribí sobre Calibán; sobre Calibán y su ambiciosa pretensión de demostrarse a sí mismo y a los demás que el amor no puede existir a la fuerza. Como castigo por su elevado deseo, Calibán soportaba una soledad corrosiva. Pero Calibán buscaba y esperaba.
En marzo escribí sobre Calibán y sobre cómo yo pensaba y sentía como él.

Ayer volvimos a cruzarnos, y me contó que por primera vez en su vida está de novio, así, de manera seria. Yo pensé que el persistente Calibán había sucumbido ante el engañoso confort de un amor simulado, pero me dijo que no. Que estaba enamorado. Recordando lo que escribí en marzo, le comenté que volvería a contar sobre él. Calibán me contestó
- Dale, poné que sufrí como un descosido durante años una soledad espantosa, hasta hace siete meses, que la conocí a ella y la remé durante un mes hasta que me dio bola. Poné que nunca quise estar con cualquiera.

El férreo Calibán nunca se conformó con una relación de color rosa pálido, ni siquiera en esos momentos en que la soledad parecía diseñada por el mismísimo diablo, y hoy puede demostrarse a sí mismo y a los demás que su brújula no estaba errada.
Esta noche voy a destapar una cerveza negra y voy a brindar por Calibán, y porque su ambiciosa pretensión le ganó la batalla a los incrédulos.

14 noviembre, 2007

La llegada de las oscuras golondrinas

Mi relación con los pájaros no es muy buena. Una vez, en la plaza del Congreso, intenté darle de comer a las palomas; en mi inocencia creí que yo extendería las manos llenas de maiz, y ellas se posarían con suavidad para comer románticamente. Grave error, se me abalanzaron como buitres y me dejaron los brazos cubiertos de rasguños.
Hoy en día, lucho contra las aves que le roban la comida a mi perro. Tienen organizado un sistema de vigilancia que me deja pasmada: un pájaro se para sobre mi tejado y camina de un lado a otro, como los centinelas de los castillos en los cuentos antiguos, que llegada la medianoche gritaban
- ¡Las doce han dado y todo sereno!
Cuando el pájaro ve que yo le sirvo el almuerzo a Pepo y luego me voy, comienza a llamar a sus cómplices y se dan el gran banquete.
A mí los pájaros me gustan en las metáforas y en el blog de Només, pero no en mi tejado ni, mucho menos, en mi tilo a las tres de la mañana, cuando se les ocurre cantarle al amanecer próximo.

Ayer fui a hablar con el jefe avícola, para pedirle que me dejen en paz. Me subí al tilo y le propuse que cada uno haga su vida sin molestar al otro. Me contestó que nosotros, los que tenemos piernas además de alas, nos creemos mucha cosa, y me preguntó que a qué hora tenía pensado servirle la comida a mi perro.
Creo que esto recién comienza.

11 noviembre, 2007

Ariel, mi memoria y los rituales

En la parada del ciento sesenta estaba Ariel.
Cuando yo tenía más o menos quince años y él veintidós, lo miraba y pensaba a los treinta va a ser hermoso. Nos saludamos como viejos conocidos y pude comprobar que mi profecía se cumplió de una forma tan perfecta que me enorgulleció mi olfato para detectar hermosuras futuras. Hablamos cortesías: cómo está tu familia, seguís trabajando allá, estás viviendo acá. Vino el colectivo; Ariel se sentó adelante, yo más atrás con mi mamá.
- Lindo chico, ¿quién es?
- Ariel, el hermano de María Inés.

Conocí a María Inés a los diez años y fuimos mejores amigas entre los catorce y los diecinueve. Luego, el laberinto se bifurcó. De esos cinco años de amistad intensa extraigo los mejores recuerdos de mi adolescencia. Sin embargo hay algo que me llama la atención, y es que no recuerdo conversaciones. Mi memoria funciona como una película muda: estoy sentada en el patio de la casa de María Inés, es verano. Veo con toda claridad los manteles individuales que la madre puso debajo del mate que yo cebo. Toda la familia coincide en que soy la mejor cebadora. Está María Inés, la madre, la abuela, a veces el abuelo, Ariel, Pablo que va y viene del taller, el Negro durmiendo la siesta en el trapo que usa de cucha. Recuerdo la cuchara del azúcar. Puedo saborear el mate, el mate de la casa de María Inés de hace más de cinco años.
La escena se repite, con leves variaciones, incontables veces. Nadie lo sabía entonces, pero era un ritual. Yo no lo sabía, pero estábamos germinando recuerdos mudos.
¿Por qué no soy capaz de recordar ni una sóla conversación? Le di muchas vueltas al asunto y llegué a una conclusión: no las recuerdo porque no eran lo que importaba. No eran el motivo del ritual. Esas tardes de mate eran un ritual sin motivo.

Cuando llamo a Claudia y le digo hoy paso por tu trabajo, tengo cosas que contarte, ¿será cierto? ¿O dentro de cinco años voy a recordar con nostalgia ensangrentada las veredas de Viamonte y el atardecer por Florida, mientras las cosas que hoy nos contamos para exorcizarnos caen en el olvido?

Ariel me saludó con la mano y se bajó en Pompeya. Yo seguí un poco más, tratando de captar cuáles son las cosas que ahora pasan por mi lado como detalles decorativos y que dentro de unos años serán el nudo de mi biografía.

09 noviembre, 2007

El milagro prometido

Era un pueblo olvidado por el progreso. No sólo por el progreso de las computadoras y la tecnología omnipresente sino olvidado por el progreso simple del asfalto y las vías de tren. Las oportunidades de trabajo y de desarrollo eran tan limitadas como la perspectiva de futuro de sus habitantes.
Un día, un joven nativo se propuso ayudar a su pueblo y a quienes habitaban en él. Se trataba de un muchacho con una fuerza interna sólida y una espiritualidad material y maciza, una espiritualidad creadora. Tan grande era su fe y tan poderosa su actitud, que el hecho de morir de tuberculosis antes de cumplir veinte años no disminuyó la confianza que habían depositado en él sus coterráneos; era como si la muerte no fuera suficiente para desbaratar a ese adolescente que se había propuesto rescatar del olvido a un pueblo entero, aunque no hubiera vivido lo bastante como para empezar a intentarlo.
La gente comenzó a rogarle que no olvide su promesa. Le hablaban como si estuviera vivo y escuchándolos. Le pedían ayuda, le pedían el milagro. Pasó el tiempo y seguían pidiéndole ya no por el pueblo en general sino por dolencias particulares. Le rezaban como a un santo.
Luego de años, una chica juró que el joven nativo muerto le curó un cáncer. Que ella se lo había pedido y que él se lo concedió. Prestigiosos médicos confirmaron su declaración: en el cuerpo de la chica había existido un cáncer del que ya no quedaban rastros.

La canonización del joven nativo fue una fiesta. Miles de personas asistieron a la ceremonia. Hubo que construir de apuro carpas, alojamientos, comercios, vías de tren, calles asfaltadas. La nación entera festejó el surgimiento del beato local, y el pueblo olvidado por el progreso, de pronto se convirtió en un santo mercado.
El milagro prometido había sido cumplido.

06 noviembre, 2007

La realidad lateral

El daltonismo es un defecto de la vista que consiste en no percibir determinados colores o en percibirlos y confundirlos. Durante un tiempo creí que los daltónicos necesitan ayuda para cruzar la calle, porque el rojo del semáforo lo ven, supongamos, azul. Y el verde, supongamos, violeta. Ahora me doy cuenta de mi error: por más que el rojo lo vean azul o naranja o amarillo, saben que cuando el semáforo está en rojo deben detenerse. Aunque no sea rojo, para ellos sí lo es.

La realidad lateral es aquella que es, aquella que existe en un lugar fuera de lo acostumbrado. Cuando hablamos de que algo o alguien entró en nuestras vidas, decimos que ese algo o ese alguien se cruzó en nuestro camino. Y tanto lo decimos y tanto lo entendemos así, que si las cosas no se cruzan, si las cosas no nos enfrentan, creemos que no existen. Si no nos chocamos con la gloria, conjeturamos que nunca seremos gloriosos. Y tal vez no nos cruzamos con la gloria porque la gloria no está en nuestro camino sino en el camino de al lado, ahí a nuestro alcance, más cerca de lo que imaginamos, esperando que nosotros asumamos la lateralidad de las cosas.

Acertijo de pensamiento lateral: encuentran el cadáver de un hombre en medio del desierto. A su lado, un paquete sin abrir. A su alrededor no hay huellas ni señales. ¿Cómo murió? Ayuda: a medida que el hombre se acercaba a ese lugar, sabía que irremediablemente moriría.

Yo tardé un día y medio en adivinarlo. Si lo adivinan en menos tiempo se llevan mi admiración y mi rencor.

01 noviembre, 2007

Dulce o diablura

No hay secreto mejor guardado que el que nadie quiere creer (Alejandro Casona).

Anoche salí a dar mi habitual paseo nocturno. Subí a mi escoba, tomé envión y levanté vuelo. Estuve paseando durante un buen rato, la noche estaba linda luego de todo un día de lluvia. Cuando sentí que las asentaderas se me congelaban, volví sobre mis propias voladas para que los palomos que le comen la comida a mi perro no me sigan el rastro y aterricé en mi vereda.
Grande fue mi sorpresa al ver a varias de las niñas del barrio vestidas como yo, con una escoba parecida a la mía, tocando el timbre en todas las casas. Algunos niños habían optado por trajes de vampiro, de momia o de esqueleto. Tocaban los timbres, decía, y las personas que abrían la puerta fingían asustarse y les regalaban golosinas. Yo no entendía nada. Me acerqué a una de las niñas y le pregunté qué sucedía.
- Noche de brujas, obvio - me dijo, y agregó - ¡Qué bueno tu disfraz!
Antes de que pudiera reaccionar, de una casa salió una señora que vació en mis manos una bolsa de chocolates.

La gente de hoy en día no entiende nada de brujería. La primera vez que ardí en una hoguera, allá por el 1500, nadie me dio chocolates. Brujas éramos las de antes.
Pero éste tiene pasas de uva y está buenísimo.