30 enero, 2008

Una mala temporada

Mientras sobrevolaba el desierto, el buitre vio que algo agonizaba allá abajo. El buitre se alegró: era una mala temporada y hacía tiempo que no probaba bocado. Comenzó a descender sin perder de vista a su presa, y fue tal vez debido a su total concentración que no percibió que el descenso se convertía en caída, y nunca se enteró que al estrellarse contra su propia sombra, ésta dejó de agonizar.

27 enero, 2008

Algunas escenas posibles

Un perro ladra ahí afuera. Nadie le contesta.
Un auto pasa. Dentro de unos minutos pasará otro, tal vez.
Una puerta se cierra allá, en la otra cuadra. Calculo, entonces, la magnitud del silencio: puedo escuchar una puerta que se cierra a una cuadra de distancia.

El domingo derrama su sopor innato, impone su desolación cono un dictamen incuestionable. Yo me aferro a mi caparazón, temerosa de asomar mi cabeza, de ofrecérsela a la guadaña del aburrimiento dominical. Tecleo sobre mi novela algunas escenas posibles, pero mi detective no tiene ganas de seguir ninguna pista. Es domingo también para él, me dice que vuelva mañana.

El perro sigue ladrando. Y nadie le contesta.

24 enero, 2008

La duda de Hamlet

Si las alas no eran el elemento esencial para determinar las diferencias entre un gavilán y un aeroplano, mucho menos podían serlo para reconocer a los ángeles (Gabriel García Márquez).

Stratham Younger, uno de los personajes de la cautivadora novela La interpretación del asesinato, de Jed Rubenfeld, es fanático de Shakespeare. Younger analiza a Hamlet, y expone que la famosa duda, ser o no ser, no se refiere a existir o no existir sino a ser algo determinado o parecerlo.

Cuando estaba en el colegio secundario, mis compañeros pensaban que yo era una chica muy estudiosa. Pensaban eso porque me sentaba en el primer banco y leía en mis ratos libres. Pero yo me sentaba en el primer banco porque así me lo obligaba mi tenaz miopía, y consideraba que el hecho de tener que estudiar me quitaba tiempo para leer. Pronto comprendí el motivo de la confusión: las personas estudiosas suelen sentarse en el primer banco y leer incluso en sus ratos libres, pero yo era un ejemplo de que no es lo mismo al revés. Sin embargo, mis compañeros no lo entendieron así y me siguieron consultando sobre preguntas de examen, con resultados mediocres, por supuesto.
Todas las evidencias señalaban que yo era una chica estudiosa, y las evidencias se equivocaban. Y se equivocaban porque no eran evidencias tomadas del terreno de la esencia sino del terreno de la apariencia. Particularmente pienso que sembrar en el terreno de la apariencia es un trabajo arduo y frustrante: los frutos son efímeros.

El asunto es que puede resultar complicado diferenciar entre lo que es y lo que parece ser cuando quien aparenta desea que quien observa confíe en la fachada. Yo creo que, en esos casos y como una paradoja, una máscara puede revelar más intimidades que un rostro: tenemos el rostro que nos toca, pero la máscara es la que elegimos.
Nada es tan real como los anhelos.

21 enero, 2008

Sabrás que mi palabra viste de rojo carmesí

Mi intención era inaugurar un diario de sueños, escribir al despertar las imágenes en bruto de lo que había sucedido mientras dormía. No para luego acudir presurosa a un diván freudiano sino para tener más herramientas a la hora de escribir ficción: ya me nutro de lo que veo durante la vigilia, y quería aprovechar también la vida exquisita del mundo dormido.
Pero mi imaginación es una vedette vanidosa, y al despertar me presenta los sueños ya corrompidos, siliconados, maquillados. Ahí donde había una montaña tras la que me escondía de un perro que quería atacarme hasta despertar sobresaltada, mi imaginación agrega, tal vez, un camino de piedras parlantes, un arco iris de tonos sepia y quién sabe cuántas cosas más. Y lo hace contra mi voluntad, yo quería una colección de sueños legítimos y puros, para así adornarlos con lo que me viniera en gana, cuando yo lo decidiera.

Yo le doy de comer y ella así me lo paga. Y lo peor de todo es que no puedo echarla, erradicarla; no puedo prescindir de su hechizo delirante: el día que mi imaginación, vedette vanidosa, decida dejar de presentarme caminos de piedras parlantes y arco iris de tonos sepia, el día que mi imaginación decida dejar de pintarle plumas a las ratas, mi lápiz se hallará perdido y no habrá brújula ni tintero que le señale el camino de regreso.

18 enero, 2008

Monstruo mío

El científico contemplaba la enormidad de su laboratorio y lloraba mares de angustia; sabía por qué: el laboratorio y su vida eran demasiado grandes, y no había nadie que ocupara espacio.
Hasta que se propuso solucionar el problema. Genio como era, consiguió el rostro de la mujer más bella del mundo. De otra dama tomó su larga cabellera. De otra, sus piernas. Pronto, el laboratorio se convirtió en un almacén de partes femeninas. Cuando tuvo todas las parcialidades en su poder, las unió con genialidad magistral y dio vida a la mujer de sus sueños.
- Soy lo que siempre deseaste – dijo ella, con voz perfecta.
El científico la miró con embeleso menguante, y luego se derrumbó y lloró mares de angustia. Sólo que esta vez no supo por qué.

15 enero, 2008

Arquitectura

Una construcción de cemento no es sino un castillo de naipes. Basta que llegue la ráfaga precisa. (Thomas Bernhard).


El amor, la soledad, la indiferencia, la fe, el odio, el poder, la democracia, el pánico, la confianza, la dictadura, la religión, el dolor, la depresión, la felicidad. Construcciones hercúleas y en apariencia invencibles.
Suceden cosas todo el tiempo y en todo lugar; cada tanto, sucede algo que resulta fatal para el paisaje de nuestras costumbres. En parte es una gran noticia: conforta saber que la soledad y la dictadura pueden ser derrocadas. El problema aparece cuando vemos caer las paredes de eso que nació a partir de los deseos propios.

A simple vista no se ve, porque está oculto bajo todo lo que aprendimos a ser; existe, sin embargo, un yo primitivo que se mantiene protegido y alerta para rescatarnos de abajo de los escombros que quedan cuando caen las paredes de aquello que una vez levantamos. Y el yo primitivo nos rescata una y otra vez, sin darse jamás por vencido, porque sabe que somos necesarios, sabe que nuestra voluntad arquitectónica es imprescindible para que sucedan cosas todo el tiempo y en todo lugar, para que en el mundo se sigan levantando castillos, sean de naipes o de cemento.

13 enero, 2008

Mil pulmones

En una esquina, a pocas cuadras de la plaza donde el Colorado jugaba al fútbol con sus amigos, se alzaba un convento de belleza medieval. Todo en él desentonaba con aquel barrio de gente común: sus paredes de piedra insensible, el misterio de sus puertas maderosas, sus cruces con cristos clavados.
Un día de verano, el Colorado decidió afrontar la peligrosa desolación de las dos de la tarde y salió a andar en bicicleta. Ya en la calle, vio a una monja que caminaba a velocidad máxima, una monja que se dirigía a su convento como si le fueran a cerrar las puertas en el caso de llegar tarde. El Colorado la miró y tuvo la extraña idea de que a las monjas no se les permitía correr; el Colorado tenía la extraña idea de que las monjas no eran mujeres sino monjas.
- Hermana, ¿necesita ayuda? – gritó el Colorado al ver que la monja dejaba a su paso un reguero de sangre. La monja no contestó: se limitó a caminar aún más rápido. Movido por un impulso curioso el Colorado siguió, en sentido inverso, el camino de gotitas rojas hasta llegar a un baldío que era cuna de alimañas, a la vuelta de su casa. En medio de los bichos y del espanto, un bebé recién nacido berreaba con la fuerza de mil pulmones. El Colorado lo rescató en el preciso instante en que una cucaracha intentaba treparse por el cordón umbilical. Asqueado de horror, salió del baldío justo a tiempo para ver cómo la puerta del convento se cerraba tras la monja que no era mujer sino monja.

09 enero, 2008

Animal

Mientras ese gato siga maullando desesperación no voy a poder escribir ni una palabra, pensé con impotencia y con las manos inútiles frente a la computadora. Me asomé a la ventana y vi la escena: mamá gato abajo del árbol, mirando hacia arriba y maullando; arriba del árbol, mirando hacia abajo y maullando, hijo gatito. Mamá gato giró la cabeza, clavó sus pupilas felinas en las mías, y me dirigió un maullido prolongado. Genial, mamá gato me pide socorro, pensé con resignación. Salí a la calle y me paré frente al árbol. Hijo gatito no estaba atorado, como yo había supuesto, sino presa del vértigo. Por favor, no me hagas subir a buscarte porque me vas a arañar y vas a dejar de caerme simpático, bajá vos solito, no te vas a caer, sos un gato, por el amor de Dios, le dije. Hijo gatito me miró, miró hacia abajo, y lentamente comenzó a bajar. Trémulo, temeroso, dudoso. Llegó al suelo sano y salvo. Se frotó por mis piernas en señal de agradecimiento por el apoyo recibido, y siguió camino con mamá gato, que lo esperaba en la vereda de al lado.
Volví a mi computadora y seguí con mi historia de asesinos seriales y cadáveres degollados. Qué bien se escribe cuando la conciencia está tranquila.

06 enero, 2008

Elevación del goce

Hundir los pies en la orilla del mar y sentir la arena fría y blanda entre los dedos. Escuchar cómo el fuego crepita en su leña. Leer una novela negra y no adivinar quién es el asesino. Sentir en todo el cuerpo la brisa de la noche luego de una jornada bochornosa. Mirar Los Soprano comiendo licuado de banana congelado. Hallarle un sinónimo perfecto a esa palabra que no me convence. Leer una novela negra, adivinar quién es el asesino, y conmoverme de todos modos. Que se acerque el hombre hermoso que divisé a lo lejos. Mirar mis zapatos y comprobar que los reyes magos me siguen trayendo regalos.

03 enero, 2008

Uvas que pisar

No es lo mismo Buenos Aires en general, que Buenos Aires en enero. La ciudad y yo coincidimos en un punto: no soportamos el verano.
El verano romántico o aceptable es aquel de Keanu Reeves pisando uvas en Un paseo por las nubes; bien, Buenos Aires no tiene uvas que pisar, sólo flores caídas de algún estridente jacarandá. Tiene asfalto que hierve y que hiere con sus remolinos de calor ascendente. Claro que siempre queda el refugio del Jardín Japonés o de los lagos de Palermo, con sus familias de patos caminando por la orilla y los castores vigilando con timidez nuestro paquete de galletitas, pero seamos sinceros: uno no vive en el lago.
Yo vivo en una esquina, lo que significa que el sol inverosímil castiga mi hogar desde el levante hasta el poniente. Y las cigarras sin sueño imponen sus conciertos de veinticuatro horas en los tilos de la puerta de mi casa, y alientan de ese modo mi instinto cigarricida.

Llegará el otoño y traerá alivio a la ciudad que sueña sin dormir. Despiértenme cuando suceda.