30 diciembre, 2007

El reloj sin medianoche

En el colegio secundario, para aprobar gimnasia debíamos correr veinte minutos alrededor de la pista de un club. Algunas compañeras practicaban deporte y eran parte de un equipo de voley, si no recuerdo mal; para ellas, correr veinte minutos era algo tan natural como respirar. Como tal vez ya imaginan, yo no hago ni hice deporte. No es algo de lo que me enorgullezco, pero es la verdad. También es cierto que no fumo ni tengo impedimentos físicos; por lo tanto, corría los veinte minutos con transpirada dignidad.
Había un par de chicas con marcado sobrepeso. Para ellas, correr veinte minutos era una empresa imposible en el mejor de los casos, peligrosa en el peor.
En las tres realidades eran veinte minutos, pero no era lo mismo.

A las cero horas de hoy, debimos adelantar una hora en todos los relojes. Presencié el prodigio de ver cómo una hora duraba lo que tardaba yo en girar las agujas del reloj. Hoy no hubo medianoche.
Resulta más inquietante aún saber que cuando España, para poner un ejemplo, reciba al dos mil ocho, aquí todavía será dos mil siete. ¿Los españoles están apurados? ¿Los argentinos vamos con demasiada calma? ¿O será que, como hace rato sospecho, el tiempo de agujas no existe? Me cuesta creer que el dios Cronos depende de las necesidades energéticas de un país.

El tiempo no puede calcularse mediante relojes. Hay que establecer un orden, entiendo. Pero el tiempo es otra cosa, transcurre a otra velocidad, no cabe en una maquinaria hecha de minuteros y segunderos. La prueba está a la vista: hoy no hubo medianoche, y el mundo late igual.

26 diciembre, 2007

Ella no va a volver

Ayer murió mi abuela. El domingo se fracturó la muñeca, la internaron, y ayer murió. Brindis de Navidad y velorio.
Yo ya pasé por esto, hace unos años. Pero esa vez no fue fractura de muñeca con complicaciones sino cáncer. La muerte siempre se las arregla para ser incomprensible: si no es el dolor de una muerte inesperada, es el dolor de una muerte esperada. La otra vez creí morir de dolor, sin metáforas. Realmente creía que yo también estaba muriendo. Pero parece que soy más fuerte de lo que suponía, porque estoy acá, escribiendo y viviendo. Así que esta vez ya sé lo que viene a continuación: dolor, aturdimiento, ganas de huir, egolatría como modo de supervivencia, intolerancia, cansancio en partes del cuerpo que ignoraba tener, incansable necesidad de amor, sensibilidad extrema.

Hace no mucho tiempo dije que lo único que se puede hacer frente a la muerte es seguir viviendo, y lo dije porque lo creo. Así que, con duelo incluído, eso es lo que voy a hacer; vivir y escribir. Empiezo a sospechar que ambas acciones están relacionadas, al menos para mí.
Si ven que las palabras aparecen borroneadas, como si algo las hubiera mojado, ya saben: la muerte volvió a dirigir su cross a mi mandíbula, y duele.

23 diciembre, 2007

Esperanzas, desengaños y átomos

En un capítulo de Crónicas del Ángel Gris, Alejandro Dolina habla de las personas que en Navidad se disfrazan de Papá Noel o de Rey Mago para que los niños crean o revienten. Y agrega:

"... No comprenden estas personas que es cien veces más verosímil un personaje que no se ve jamás y tiene la apariencia de nuestros sueños, que el chitrulo pintado de negro, que se ha puesto el batón de nuestra abuela, se parece al tío Raúl y huele a cerveza... Muchos niños han creído en los Reyes hasta que los vieron. Lo único que hay que hacer es sembrar la ilusión. Después ésta crecerá sola. Si insistimos en mostrar al niño todo aquello cuya existencia postulamos, llegará un día en que el pequeño sabandija nos exigirá que le mostremos el desengaño o un átomo o una esperanza. Y como no podremos hacerlo, el tipo reputará inexistentes a esperanzas, desengaños y átomos... ¿Qué virtud encierra creer en lo evidente? Cualquier papanatas es capaz de suscribir que existen las licuadoras y los adoquines. En cambio se necesita cierta estatura para atreverse a creer en lo que no es demostrable y –más aun- en aquello que parece oponerse a nuestro juicio...”.

Yo creo que está bien disfrazarse de Papá Noel, y creo que está bien, también, no hacerlo. Está bien festejar el nacimiento del dios de los cristianos, y está bien no hacerlo. Lo que sí es imprescindible es creer en la existencia de esperanzas, desengaños y átomos.
Seamos felices en Navidad y siempre.

21 diciembre, 2007

El maestro

Como un oasis en medio de su infortunio, la nena tenía un pájaro. A él le daba su amor y sus cuidados, a él se volcaba a la hora de centrar su alma en algo que no fuera el dolor impiadoso que solía gobernarla.
El ogro que la martirizaba le había permitido conservar el animal porque suponía que, cuando éste muriera, la nena dolería más. No había ni un centímetro de humanidad en esa concesión.
Pero la nena notaba que cada vez que el pájaro parecía muerto y extrañamente incinerado, sus cenizas comenzaban a moverse y el pájaro volvía a nacer. Nacía de sus propios residuos.
Un día, el ogro le propinó tal paliza que la nena quedó tirada en el suelo, inmóvil, sin más signos vitales que un manojo de temblores menguantes. El ogro, satisfecho, la abandonó para que muriera en soledad.

Demostrándose a sí misma que el ogro no había sido su única influencia, la nena respiró y, con lentitud y constancia, comenzó a moverse.

18 diciembre, 2007

Esnobismo marca Acme

El modo más eficaz de hacer inofensivos a los pobres es enseñarles a querer imitar a los ricos (Carlos Ruiz Zafón).

Ayer acompañé a mi mamá al shopping, a comprar los regalos de Navidad. Luego de un rato de pasear entre los estantes de una librería, yo eligiendo y ella intentando extirparme de allí, vimos entrar a una mujer que caminaba como caminaría una persona que va dejando cosas tiradas para que las recoja el mayordomo. La mujer se encontró de casualidad con otra mujer, debía ser una amiga o algo así, se saludaron efusivamente, y la mujer protagonista de esta historia le dijo a la otra
- Venite para las fiestas, va a haber champán a montones.
Se despidieron y nuestra heroína se puso a hablar por teléfono celular en un tono de voz anormalmente alto.

Punto número uno: las personas que de verdad beben champán a montones lo hacen con discreción. O sin discreción, pero no lo gritan en el medio de una librería.
Punto número dos: las personas que beben champán a montones y tienen un mayordomo que recoje las cosas que ellas tiran de ninguna manera frecuentan un shopping de zona sur.

Tal vez se me tilde de prejuiciosa, y tal vez quien lo haga tenga razón. No pertenezco al grupo de personas que creen que el dinero es malo, al contrario: quiero tener dinero. Sí pienso que el esnobismo es un derroche de energía, y cada vez lo comprendo menos.

14 diciembre, 2007

Una sirena, más allá de la simple vista

En la película Don Juan De Marco, Marlon Brando le pregunta a Johnny Depp
- ¿Quién sos vos, quién soy yo, y dónde estamos?
- Soy Don Juan de Marco, el mejor amante del mundo. Usted es un noble y estamos en su Villa - contesta él.
- ¿Y qué le dirías a una persona que intentara convencerte de que, en realidad, estamos en un hospital psiquiátrico, yo soy el doctor Mickler, y vos sos mi paciente? - pregunta Brando. Depp sonríe y contesta
- Le diría que tiene una visión muy limitada de lo que es la realidad. Puede ser que a simple vista seamos todo eso que usted dice, pero yo no me conformo con la simple vista, yo miro más allá. Y más allá yo soy Don Juan De Marco, el mejor amante del mundo.

Y yo, cada vez que recuerdo ese diálogo, pienso que Don Juan tiene razón. No puedo conformarme con lo que veo a simple vista, la vida y sus laberintos merecen una mirada más honda. No puedo y no quiero resignarme a navegar en la superficie, por más cómoda que sea. La profundidad ampara tesoros. Y más allá de la simple vista puedo ser, contra todos los pronósticos, una sirena.

12 diciembre, 2007

Vindicación de la belleza

La única belleza que vale es la interior, dicen.
Es mentira. No dejemos que nos convenzan de eso. Somos cuerpo, mente y espíritu: la hermosura debe ser total. No hablo de estética, de cosmética, de adornos: hablo de belleza. La belleza no es obsesiva ni acepta ser enclaustrada en un corset; la belleza mana sin presión, así es su naturaleza.
Despleguemos nuestra belleza a lo ancho y a lo largo del mundo. No importa qué forma tenga ni de qué manera brille: es belleza y con eso alcanza.
No intentemos destruir la belleza ajena. La belleza es indestructible, y de todos modos el intento de destrucción dejaría tras nuestros pasos un reguero de pólvora que nos delataría y nos haría estallar.


Derrochemos nuestra belleza, su fuente es inagotable.
Que el mundo vea lo hermoso que es.

09 diciembre, 2007

Aquella noche no llovió

Hay algo que me gusta hacer cuando estoy sola en medio de un grupo de gente, y es adivinar el pasado de las personas. El otro día tuve que hacer tiempo en un café de Callao y Corrientes, y me puse a practicar la visualización de pasados ajenos.
La mesa de mi izquierda la ocupaba una mujer que a los cincuenta y tres años se dió cuenta de que no quería ser monja. Más allá había un hombre que perdió una buena posición económica por apostar fortunas en las carreras de caballos. El hombre que se sentó a dos mesas de la mía intentó el éxito poniendo una carnicería en Miami, pero no funcionó y volvió a Buenos Aires.

Llevaba yo unos diez minutos adivinando pasados, cuando entró él. Lo miré y lo que ví me paralizó: me ví a mí en ese pasado. Pero fue un pasado que no fue. Él y yo debimos estar en determinado lugar en determinado momento, pero a último momento él decidió no ir, y vaya uno a saber qué estaba haciendo yo.
Pagué mi café y salí del bar, con el ceño fruncido, convencida de que el negocio está en augurar futuros, que aunque sean inciertos, siempre se pueden modificar.

06 diciembre, 2007

Yosman

Cuando era chica iba a misa bastante seguido. Años después, al leer Nuestra Señora de París, me di cuenta de que lo que me llevaba con asiduidad a la iglesia no era mi fervor religioso, fervor bastante pobre, sino la atracción que ejercía en mí la arquitectura del templo. Claro que la iglesia de la que les hablo no tenía ni un campanario imponente ni un jorobado enamorado de una gitana, pero así y todo era una iglesia alta, grande, con lindas estatuas de santos en los costados. Tenía, también, un piano de sonido trémulo, digno de alguna película de terror del cine en blanco y negro; el piano era tocado por una soprano con voz imperiosa, y la mezcla que salía de esa unión de teclado añejo y garganta inabarcable era un melodía intimidante que rebotaba y hacía eco en todas las paredes de la parroquia.
El cura era un hombre alto y seco que, entendía yo, daba la misa en latín. Luego mi nona me explicó que no era latín sino catalán, pero como mi ignorancia idiomática era y es bastante uniforme, lo mismo daba.

Así estaban las cosas en la iglesia hasta que llegó Yosman, un cura colombiano. De golpe, la iglesia empezó a llenarse. La gente iba a misa a escuchar a Yosman. La gente se reía a carcajadas con sus sermones. El tipo leía el Evangelio y luego sermoneaba, y la gente se reía. La gente empezó a darse cuenta de que es posible ir a la iglesia y pasarla bien.
Yo notaba que había un grupo de señoras, ésas que se sentaban en la primera fila, que fruncían la boca con arrugas de indignación cada vez que Yosman hacía algún chiste. La alegría ofende, parecían pensar.
Poco tiempo después, trasladaron a Yosman a alguna otra iglesia. De golpe, la iglesia empezó a vaciarse. Nunca nadie se volvió a reír a carcajadas en ese templo.

Exceptuando el bautismo de algún pariente, nunca volví. Tal vez consiguieron un cura cubano que canta el Aleluya en ritmo de guajira, pero intuyo que si voy, sólo escucharé el eco trémulo del piano, como si ahí nunca hubiera nadie.

03 diciembre, 2007

Cuento con dragón cautivo

Encerrado en la torre más alta de un viejo castillo, vivía un desdichado dragón. Por una orden del rey, el dragón debía permanecer toda la vida en cautiverio: el rey sabía que, en libertad, el dragón podía incendiar el reino con sólo abrir la boca.
El dragón se aburría. Todos los días, al atardecer, se apoyaba en la ventana de su cárcel y contemplaba el reino. Contemplaba el reino y lloraba con unas inmensas lágrimas de impotencia: no había manera de hacerle entender al rey que lo que define a una persona o a un dragón no son las capacidades sino lo que uno hace con ellas, y el dragón era un dragón bueno, sin voluntad incendiaria.

Los campesinos sentían una profunda pena por el dragón cautivo, a quien veían llorar y aburrirse mientras labraban las tierras. Un día decidieron que ya era hora de conseguir la libertad para el pobre bicho. Convocaron a toda la gente del reino y a amigos de reinos vecinos. Se armaron con antorchas y se pararon, pasivos, en la puerta del castillo del rey. El mensaje era claro: encerrar al dragón no elimina el fuego.

Desde ese día, el dragón vuela libre y feliz por todo el reino, y sólo llora cuando quiere apagar alguna mata de heno encendida sin querer.