David y Goliat
- ¿Qué es lo que más te gusta de Dios? – preguntó Patricio.
- San Roque. Porque en la estatua está con un perro, y a mí me gustan los perros – contestó, sin dudar, Macarena. Estaban sentados en el banco del patio de la iglesia, esperando que se hiciera la hora de la clase de catecismo; era una tarde lluviosa y fría, y tal vez por eso ellos dos eran los únicos alumnos que se habían acercado a la parroquia: sus padres insistían en que a catecismo, como a la escuela, no se falta, salvo por alguna emergencia, y el mal clima no era emergencia.
- A mí me gusta David, porque mató de un piedrazo a Goliat. Porque Goliat era malo.
Macarena lo pensó y le dio la razón.
- Hoy nos toca con el Padre Ariel, ¿no? – le preguntó a Patricio.
- Sí. Por suerte. A mí me gusta más el Padre Ariel que el Padre Facundo. ¿A vos?
Macarena tardó en responder; cuando al fin lo hizo, bajó la voz.
- Me contó mi hermana, la más grande, que el Padre Ariel tiene novia. Y que la novia está embarazada. Y mi hermana lo sabe porque la novia del Padre Ariel es amiga de ella. No se lo cuentes a nadie, porque es pecado que el Padre Ariel tenga novia. Yo no se lo cuento a nadie porque a mí también me gusta más el Padre Ariel que el Padre Facundo, aunque sea un pecador.
Patricio le juró que no se lo iba a contar a nadie, menos al Padre Facundo.
- A mí me gusta más el Padre Ariel – continuó Patricio, después de una pausa – porque me saluda normal. El Padre Facundo me abraza mucho y me toca mucho, y no me gusta. Y me contó Martín que a él le tocó la cola, una vez que se quedaron solos.
Macarena escuchó en silencio; a pesar de que tenía sólo nueve años, igual que Patricio y Martín, percibía que nada que hiciera llorar a Patricio podía ser bueno, y Patricio estaba llorando ahí, en ese momento, mientras hablaba del Padre Facundo.
- Por suerte hoy nos toca el Padre Ariel – intentó consolarlo. Patricio asintió y se secó las lágrimas.
La puerta de la sacristía se abrió, y salió el Padre Facundo.
- Adelante, chicos – los invitó, con una sonrisa blanca. Macarena y Patricio se miraron.
- ¿Y el Padre Ariel? – preguntó la nena.
- Tuvo un inconveniente personal, y lo llamó el obispo. Así que hoy lo reemplazo yo. Parece que estamos solos, ustedes son los únicos que vinieron – comentó, mirando alrededor - ¿Pasan?
Patricio no contestó y se metió en la habitación, precediendo al Padre Facundo. Macarena se agachó, agarró una piedra del suelo, se la guardó en el bolsillo y los siguió cerrando a su espalda la puerta de la sacristía, mientras un trueno quebraba el cielo.