28 septiembre, 2009

David y Goliat

- ¿Qué es lo que más te gusta de Dios? – preguntó Patricio.

- San Roque. Porque en la estatua está con un perro, y a mí me gustan los perros – contestó, sin dudar, Macarena. Estaban sentados en el banco del patio de la iglesia, esperando que se hiciera la hora de la clase de catecismo; era una tarde lluviosa y fría, y tal vez por eso ellos dos eran los únicos alumnos que se habían acercado a la parroquia: sus padres insistían en que a catecismo, como a la escuela, no se falta, salvo por alguna emergencia, y el mal clima no era emergencia.

- A mí me gusta David, porque mató de un piedrazo a Goliat. Porque Goliat era malo.

Macarena lo pensó y le dio la razón.

- Hoy nos toca con el Padre Ariel, ¿no? – le preguntó a Patricio.

- Sí. Por suerte. A mí me gusta más el Padre Ariel que el Padre Facundo. ¿A vos?

Macarena tardó en responder; cuando al fin lo hizo, bajó la voz.

- Me contó mi hermana, la más grande, que el Padre Ariel tiene novia. Y que la novia está embarazada. Y mi hermana lo sabe porque la novia del Padre Ariel es amiga de ella. No se lo cuentes a nadie, porque es pecado que el Padre Ariel tenga novia. Yo no se lo cuento a nadie porque a mí también me gusta más el Padre Ariel que el Padre Facundo, aunque sea un pecador.

Patricio le juró que no se lo iba a contar a nadie, menos al Padre Facundo.

- A mí me gusta más el Padre Ariel – continuó Patricio, después de una pausa – porque me saluda normal. El Padre Facundo me abraza mucho y me toca mucho, y no me gusta. Y me contó Martín que a él le tocó la cola, una vez que se quedaron solos.

Macarena escuchó en silencio; a pesar de que tenía sólo nueve años, igual que Patricio y Martín, percibía que nada que hiciera llorar a Patricio podía ser bueno, y Patricio estaba llorando ahí, en ese momento, mientras hablaba del Padre Facundo.

- Por suerte hoy nos toca el Padre Ariel – intentó consolarlo. Patricio asintió y se secó las lágrimas.

La puerta de la sacristía se abrió, y salió el Padre Facundo.

- Adelante, chicos – los invitó, con una sonrisa blanca. Macarena y Patricio se miraron.

- ¿Y el Padre Ariel? – preguntó la nena.

- Tuvo un inconveniente personal, y lo llamó el obispo. Así que hoy lo reemplazo yo. Parece que estamos solos, ustedes son los únicos que vinieron – comentó, mirando alrededor - ¿Pasan?

Patricio no contestó y se metió en la habitación, precediendo al Padre Facundo. Macarena se agachó, agarró una piedra del suelo, se la guardó en el bolsillo y los siguió cerrando a su espalda la puerta de la sacristía, mientras un trueno quebraba el cielo.

21 septiembre, 2009

VIII Premio de Relato mínimo Diomedea

Con enorme orgullo les informo que mi cuento Relincha el cielo resultó ganador del XIII Premio de Relato mínimo Diomedea. Agradezco, muy emocionada, a Sergi Bellver y a todo el equipo.

13 septiembre, 2009

La secretaria del señor X

Toco el timbre. La puerta es de vidrio, y es por eso que veo a la mujer mientras se acerca a abrirme la puerta. Enjuta, labios apretados; no me mira a mí, mira el suelo al caminar.
-Buenas tardes –dice.
-Hola –creo que sonrío, aunque no puedo jurarlo-. Tengo una cita con el señor X.
-Adelante.
No es antipática, es seria. Exuda un halo de eficiencia que no es desagradable, pero hay algo en ella que me obliga, cada vez que la veo, a llevarme una mano a la cabeza para arreglar algún cabello desordenado y caótico; batalla que vengo perdiendo desde siempre. Y miro a la secretaria del señor X y se me ocurre suponer que no hay nada que la despeine, la haga transpirar, le arranque un insulto espontáneo (como, por ejemplo, el hecho de pincharse con una aguja o golpearse el pie con la pata de la cama), o la incite a decir verdades que prefiere esconder (como, por ejemplo, “te amo” o “atropellé a una persona y no me detuve”).
Es un personaje de Claudia Piñeiro que se metió en una película de Quentin Tarantino: tal vez una esposa invisible y atormentada por algún secreto de su marido que espera que en el momento menos pensado aparezca un samurai y la degüelle de un sablazo.

Ya sé que todo eso está en mi imaginación. Pero no puedo dejar de pensar que el hecho de que esté en mi imaginación no le quita, necesariamente, realidad.
Salgo de mi cita con el señor X y la secretaria me acompaña a la puerta; me despide con otro seco “buenas tardes”. Ya en la calle, miro a derecha e izquierda. Ningún samurai a la vista.
Aflojo la tensión de los hombros y respiro tranquila.

08 septiembre, 2009

Gente

Estoy acá porque veo gente. Mis papás me metieron en este lugar porque ellos no me podían tener en casa; soy peligroso cuando veo gente. Una vez vi a un hombre con un cuchillo que me quería matar. Agarré el revólver de mi papá y le disparé. Pero no había nadie. Por suerte las balas dieron contra la pared. El médico dice que son alucinaciones.
Ahora, por ejemplo, veo a un enfermero que está violando a una chica, a una interna como yo. La chica grita y llora. Pero no voy a hacer nada, no voy a caer en la trampa de mi mente. Son alucinaciones.

01 septiembre, 2009

Isla (o Metamorfosis del mundo)

“Y si soy primo lejano de lo que te prometía ser, vos sabés: tampoco el mundo hace las cosas demasiado bien” (Iván Noble).

Este agosto fue muy noviembre, y eso no es bueno. A menos, claro está, que para compensar el próximo noviembre tire a abril o a mayo, pero eso nunca sucede. Noviembre vendrá con su bochorno, sus mosquitos y su estrés, y nosotros estaremos aquí para capear el temporal de los meses infames.
Y yo estoy muy oscura. Por ejemplo: miro el cielo, que truena y llueve, y veo un espejo; yo soy el cielo que truena y llueve. Definitivamente, no me gusta esto de ser criatura celestial. Prefiero la tierra, el barro, los pies descalzos cuando quiero andar descalza.
Y otras veces soy acuática, soy una sirena con piernas, y es por eso que no puedo nadar como debería. Y esto ocurre hasta que razono: será que no es mi hábitat. A lo mejor no soy sirena sino náufrago. (Ahora entiendo mi obsesión por comprarme una isla).

Y vos tampoco sos eso que prometías ser. No quiero sonar decepcionada; esto que sos también me gusta, como me gusta saberme náufrago y no sirena (dejo de doler cuando puedo ponerle una explicación a las cosas). Es muy incómodo esto de ser emocionalmente racional.
Y pienso que el hecho de que me guste también esto que sos, más allá de que no seas aquello que parecías ser, te convierte en algo inamovible que me permite anclar, independientemente de las variaciones de tiempos y espacios (como Desmond, el de Lost).

Creo que paró de llover.