27 agosto, 2008

Desconocido mío (se busca)

Soñé con un hombre al que no conozco. Nunca lo vi. No sé quién es. No sé de dónde es. No sé cómo se llama, ni su edad. Pero soñé con él, literalmente.
Creo que estábamos en un salón de baile, y digo creo porque aparte de que los sueños son camaleónicos y nada es lo que era, yo no bailo ni soñando. Bueno, si voy a un cumpleaños de quince bailo un poco, pero quiero decir que no suelo asistir a salones de baile. Y ése es otro dato: no era un boliche, un pub o un bar: era un salón de baile. Actual, moderno, pero salón de baile.
Y estaba él. El hombre al que no conozco. En el sueño lo conocía, aunque no puedo jurar que lo conocía de hacía tiempo. Tal vez lo acababa de conocer. Y creo que bailaba con él. Creo.

A continuación les dejo una descripción; intentaré ser lo más fiel posible, para evitar confusiones y malentendidos: era delgado. Recalco esto en primer lugar porque me gustan, generalmente, los hombres musculosos o morrudos. Pero mi desconocido era delgado. Era joven, pongamos treinta años, pero parecía más joven aún. Tenía el pelo largo y lacio, atado en una colita baja, sobre la nuca. El pelo y la barba (tenía barba) eran de color castaño claro, tirando a rubión. Sonreía de manera natural, y su aspecto irradiaba un leve aire de fragilidad. No debilidad: fragilidad. Eso es importante. Como si fuera rompible.

Eso es todo lo que recuerdo. Si alguien se cruza con él por la calle o por los sueños, avíseme.

23 agosto, 2008

Si volvieran los dragones

“...así era el mundo, así de sutil la frontera que separaba la realidad de la ficción: un zapatito de cristal que sólo por una talla no te convierte en reina, una palabra que por una sílaba trabucada transforma en tumba la cueva vehemente de tesoros” (Luis Landero, Juegos de la edad tardía).


Hace un par de años escribí un cuento, Las leonas. En él, una mujer va caminando por la selva. De golpe, oye el llanto de un bebé humano; guiada y obligada por el llanto, esta mujer avanza y se topa con una escena desgarradora: una leona amamanta al bebé que llora, y el bebé calma sus lágrimas a medida que se alimenta.
El cuento, ficticio, sigue.

Hace unos días fue noticia, y me tembló el alma: una perra encontró un bebé humano recién nacido, abandonado. De algún modo se las ingenió para arrastrarlo a su cucha, junto a sus cachorros, y así lo protegió hasta que un hombre, creo que el dueño de la perra, oyó el llanto y fue a ver qué pasaba.
La historia, no ficticia, debe seguir.

18 agosto, 2008

Una flor fucsia

Tengo un león herido que me espera, vulnerable y confiado, en el centro de mi laberinto. Tengo un muro gris y cruel que me dice que no voy a lograrlo, y una flor fucsia que lo obliga a callar con la fuerza de su existencia.
Soy un faquir que quiere ser pluma, una acróbata que se debate entre el miedo a las alturas y el pavor a la soledad de su carromato.
Tengo un ramo de ortigas que ni perfuman ni embellecen. Tengo un cálculo matemático cuya solución está guardada en la cueva de las fieras.
Soy un dialecto perdido, una pastora de animales mitológicos que se alimentan de hongos venenosos.
Tengo la brújula del laberinto repleta de agua. Tengo un león herido que me espera.

15 agosto, 2008

Características determinantes

En mi tiempo libre no me dedico a retozar entre las nubes. Puedo acostarme boca arriba, lo que evidencia mi carencia de alas físicas (las espirituales y/o metafóricas son tema aparte). Soy mucho más terrestre que celestial. Que las palabras Gilda y guardaespaldas comiencen con la misma letra es sólo una coincidencia que no implica ninguna responsabilidad. Arcángel mirón es un seudónimo. Mi capacidad para amar no me obliga a convertirme en becerro sacrificado en beneficio de otra persona. Mi misión en la vida es, principalmente, vivir mi vida.

Resumiendo: soy mujer, no ángel de la guarda.
A ver si lo entiendo de una buena vez.

11 agosto, 2008

Más helados y menos habas

Hace unos meses lo mostraron en todos los programas de televisión como el papelón del año: en un homenaje a Borges, la oradora leyó el poema Instantes como si se tratara de la mayor obra del escritor. De entre el público se levantó la viuda, María Kodama, haciendo señas y negando con la cabeza. No, no y no. Ese poema no lo escribió Borges. Creo que la oradora pidió disculpas y decidió hibernar el resto de su vida.
Yo, pese a que no soy experta en Borges, no puedo imaginarlo escribiendo frases como “en la próxima vida comería más helados y menos habas”, o “daría más vueltas en calesita”. Entonces, si yo, que no soy especialista, percibo que hay algo que no cierra, algo que no encaja en la supuesta autoría de Borges sobre ese poema, ¿cómo la oradora cometió semejante error? ¿Cómo no tomó el recaudo de leer directamente desde un libro, en vez de optar por un texto sacado de internet?

Siempre pensé que Esta boca es mía era una canción de Ismael Serrano que se le había ocurrido primero a Joaquín Sabina. Por estilo y contenido, Serrano debería ser el autor. Pero no. Es Sabina. Quiero decir que si generaciones futuras comentan, convencidas, mi canción favorita de Serrano es Esta boca es mía, a mí no me sorprendería la equivocación.
Pero Instantes no tiene nada que ver con la palabra de Borges.
Ahora, si me pongo a hurgar en yerros, identidades y letras fuera de lugar, debo admitir que la frase “hoy estoy más suave que la caricia de una motosierra” suena a hit de Ricardo Arjona. Y resulta que es de Iván Noble. Y la frase “sólo un camino he de caminar: cualquier camino que tenga corazón” es digna de Montaner. Y resulta que es de La Renga. Y estos hechos de estilo erróneo sí me sorprenden, porque no hallo a Noble en su frase ni a La Renga en la suya. Son casos de letras apócrifas a la inversa: el autor es el correcto, lo que no hace juego es la obra.

Entre tanto laberinto de esencia y apariencia, entiendo, en parte, sólo en parte, la confusión de la oradora del homenaje a Borges. Yo misma suelo atribuirle a Oscar Wilde cada cita genial cuyo autor verdadero no recuerdo.
Y ya que estamos, pregunto: ¿es seguro que el autor de El amor en los tiempos del cólera es García Márquez? ¿No hay una ínfima posibilidad de que la autora sea, en realidad, yo?
Ah, claro. Comprendo, comprendo. Tal vez en otra vida. Qué pena.

07 agosto, 2008

Tabú

Quien haya leído el primer libro de la saga de Harry Potter conocerá la importancia de llamar a las cosas por su nombre. Para quien no lo leyó, explico la base de la historia: en el mundo mágico existía un hechicero poderoso y totalmente malvado llamado Lord Voldemort; este temible villano consideraba que los magos descendientes de no-magos eran personas impuras, y que bien merecían la muerte, y no sólo lo consideraba sino que actuaba de acuerdo a sus ideas. Fue tal el terror y el desastre que provocó en la comunidad mágica, que las personas no se animaban a nombrarlo. Su simple nombre causaba pavor. Entonces, Lord Voldemort pasó a ser Aquel Que No Debe Ser Nombrado. Voldemort era invencible.
La masacre continuó hasta que ocurrió algo inédito: un hechizo asesino dirigido a un niño de meses de edad rebotó contra Lord Voldemort, y no sólo el niño sobrevivió sino que además el malvado criminal desapareció. Como si se hubiera evaporado. ¿Quién era el niño que se convirtió en héroe sin haber hecho nada para lograrlo? Harry Potter, por supuesto.
Harry Potter vivió sus siguientes once años ajeno a su mundo real. Quienes lo protegían decidieron que lo mejor para él era ser criado como un niño no-mago, para conservar su anonimato y evitar así enemistades y gratitudes extremas. Cuando al fin conoce su identidad y su extraordinaria historia, Harry comienza a llamar a Voldemort por su nombre. Al ver que los demás magos palidecen al oírlo, Harry le pregunta al director de la escuela de magia en donde estudia si está haciendo lo correcto, o si debería optar por no nombrar al genocida más grande del mundo mágico. El director le responde:
- Utiliza siempre el nombre correcto de las cosas. El miedo a un nombre aumenta el miedo a la cosa que se nombra.
Luego, Lord Voldemort regresa de la casi muerte como sólo él puede hacerlo, y suceden seis libros más de batallas parejas entre él y Harry Potter, el único mago que se atrevió a llamarlo por su nombre.

Recuerdo que hace años, cuando le diagnosticaron cáncer a mi nona, yo no podía pronunciar esa palabra. Cáncer. No podía decirlo. Lo intentaba y palidecía. Cuando logré hacerlo descubrí, para mi asombro, que nada ocurría. Es decir, el cáncer seguía en su lugar. Lo único diferente fue que a partir de ese momento sentí que sabía dónde estaba parada. Estaba parada en las arenas movedizas del mayor dolor de mi vida, sí, nada deseable, pero lo que quiero decir es que mientras el cáncer era tabú, yo me ahogaba en la enfermedad de una persona amada, y que cuando pude pronunciarlo, cuando pude decir cáncer, cuando lo definí, hice pie y así me mantuve un largo tiempo, sumergida hasta el alma pero respirando.

Las cosas por su nombre. Incluso ésas que nos causan pavor. Sólo de ese modo los muros se convertirán en escombro y todo, hasta el amor y el dolor, será conquistable.

02 agosto, 2008

De puentes levadizos

Para Fusa, porque me retó a hacerlo. Y para Maya, porque le gustan mis historias de emperatriz.


Debe haber pocas cosas más absurdas que un puente levadizo que no sube ni baja.
En otra vida tuve un castillo. Ese castillo tenía un puente levadizo suspendido en el aire; las tormentas primaverales que aguaron la región también herrumbraron los goznes del puente, y éste quedó duro, inmóvil, a mitad del recorrido.
Este asunto del puente levadizo inútil puede parecer una nimiedad; puede creerse que una Emperatriz tiene mayores cosas de las cuales ocuparse. El problema fue que por esa época estábamos librando una guerra que yo había heredado de mis antepasados, junto con las tierras y el castillo ya nombrado; finalmente, luego de debates y diálogos y hartazgo de tanta lanza ensangrentada, habíamos logrado un tiempo de tregua. La idea era que yo debía recibir a mis enemigos en mi propia casa, para así demostrarles mi buena predisposición, mi generosidad y todas esas cosas que se estilan en casos similares. Y justo en ese momento, la tormenta primaveral herrumbra los goznes y el puente no baja. Porque mi intención era que el puente baje, no que suba. Yo quería el puente bajo para que mis enemigos entraran al castillo y poder así inaugurar la temporada de vacas gordas. Pero mis enemigos llegaron, desarmados como habíamos pactado, y se encontraron con el puente en el aire. De inmediato interpretaron que yo había intentado subir el puente y sellar la entrada; regresaron por donde vinieron, y volvieron al anochecer.
Entre todos me bajaron el puente a cascotazos.

Por eso, en esta vida no hay puentes levadizos que conecten mi casa con el mundo exterior. En esta vida ordené que en mi reino todos los caminos sean de asfalto o hierba fresca, para que no existan malentendidos ni, de ser posible, enemigos.