29 octubre, 2007

El domador de leones

La responsable del cabaret de mi reino me eligió como cantante, y me aseguró que lo hacía por mis dotes artísticas y no por mi título de Emperatriz.
Yo aproveché mi nuevo puesto para seducir al domador de leones; se trata de un hombre tan acostumbrado a las fieras que camina por las calles de mi comarca con pasos de gigante. Ésta es la historia de mi conquista:

La noche de mi debut, el cabaret se hallaba repleto. El domador asistió secundado por dos leones amigos; tan buena era su fama, que nadie se inquietó al ver a las fieras con sus fauces abiertas de par en par, y babeándose ante la vista de tanta carne humana.
Canté la primera canción y noté que el público se miraba entre sí. Me aplaudieron como se aplaude a toda Emperatriz. Los leones se removieron, inquietos, como si algo estuviera lastimando sus oídos. Canté la segunda canción y la gente siguió aplaudiendo; todos aplaudían, todos menos el domador, que dedicaba su atención a los leones domados y tranquilos pero con los oídos a punto de estallar. No pude seguir fingiendo. Le pasé el micrófono al cantante verdadero y me acerqué al domador.
- ¿Se van a poner bien? - le pregunté. El domador asintió y me preguntó por qué dejé de cantar. Le contesté que me gusta cantar, pero que no estoy dispuesta a sacrificar animales por un capricho. El domador me miró fijo y me dijo que soy una mala cantante pero una buena Emperatriz, y me invitó a tomar un cappuccino sin canela.

Si hubiera una moraleja, sería: esa parte de tu personalidad que te resulta desagradable, a otro puede parecerle curiosamente atractiva.
Pero no me gustan las moralejas, asi que me voy a tomar un cappuccino sin canela.

27 octubre, 2007

La seguridad de los objetos

El otro día me puse a ordenar mi placard. Separé las remeras en dos grupos: el grupo de las remeras lindas y el grupo de las remeras impresentables. Estas últimas son remeras que alguna vez pertenecieron al grupo de las lindas, pero que debido a su uso cotidiano ahora se encuentran desgastadas, descoloridas y estiradas. Guardé amorosamente ambos grupos en mi placard y me puse a pensar en esa costumbre mía de no tirar mi ropa hasta que se rompe de manera irreversible.

Le temo al abandono y a la pérdida. Le temo a esa sensación de terremoto, de devastación, que queda cuando algo amado se va de mi vida. Le temo porque el abandono es un huracán que arrasa con árboles firmes y flores hermosas, y deja en ese espacio un lugar donde, aparentemente, un jardín nunca crecería.
Para que todo abandono sea posible, es necesario el factor humano. Los objetos no pueden abandonar a nadie. Los objetos no se mueren. Los objetos son seguros.

Entonces llego a una retorcida y tal vez confusa conclusión: le temo al abandono, y por eso utilizo una y otra vez mi grupo de remeras impresentables.

24 octubre, 2007

Democracia en el baño del club Obreros

Este domingo se elige presidente, gobernador, intendente, senadores y diputados. Yo voto en el mismo baño de siempre. En realidad no, en realidad la primera vez que voté me tocó hacerlo en una oficina bastante deprimente de la municipalidad de Lanús. Tuve que subir una escalera, doblar por un pasillo angosto y repleto de gente, y ahí estaba la mesa electoral que me correspondía. Las tres ocasiones siguientes ubicaron mi voto en el baño del club Obreros del Transporte. Yo ya conocía ese club porque ahí hacía aerobics cuando iba al colegio secundario (por favor, no me imaginen haciendo aerobics).
Cada vez que hay elecciones, la gente del club Obreros pone una cortina azul que hace las veces de biombo entre el votante y los sanitarios. Pegada al biombo y del lado del votante, acomodan una mesa y, arriba de la mesa, las boletas.

A mí me gusta ir a votar. Yo tuve la fortuna de nacer en el 83, año democrático por excelencia; lo que se de la dictadura, lo se por narraciones ajenas. Por eso me gusta ir a votar, siento que estoy colaborando con eso que resurgió cuando yo nací.
Aunque imperfecta y herida, la democracia es el único modo de gobierno que puedo concebir.
Soy Emperatriz sólo en ficción; en la realidad me gusta votar, aunque sea en el baño del club Obreros.

19 octubre, 2007

Arrancar todo lo que hiera

La excelente periodista Florencia Etchévez presentó un informe en su noticiero: mujeres que desaparecen y aparecen muertas y enterradas en el desierto. Sus propias madres buscan sus huesos. Esto sucede en un pueblo que, cuentan, la mujer es maltratada en su totalidad. En un pueblo que, cuentan, todas las mujeres que viven allí piensan que tienen un altísimo riesgo de ser violadas al menos una vez en su vida. El gobierno no hace nada, el poder judicial no hace nada.
Yo tenía pensado escribir un post repleto de dolor, de furia, de hastío, de hartazgo, de cansancio, de ira.
En vez de eso, esta vez voy a dejar una simple y concreta lista de derechos. A saber:

Yo, mujer de Argentina o de cualquier parte del mundo, tengo derecho a que se cumplan mis derechos de índole urgente y necesarios para vivir. Tengo derecho, también, a tener derechos triviales. Tengo derecho a ser hermosa. A no serlo. A tener un trabajo fabuloso y ganar un sueldo fabuloso. A ser madre. A no ser madre. A ser promiscua. A no ser promiscua. A casarme. A no casarme. A salir con un hombre veinte años mayor. A (dentro de veinte años) salir con un hombre veinte años menor. A ser vedette. A ser científica. A que me guste el fútbol. A jugar al fútbol. A que no me guste el fútbol. A que me guste cocinar. A que no me guste cocinar. A ser gorda. A no ser gorda. A tener tetas grandes. A no tener tetas grandes. A que mis hijos lleven mi apellido. A ser romántica. A no ser romántica. A no aceptar justificaciones para una infidelidad. A que me gusten los strippers. A que no me gusten los strippers. A que me duelan los ovarios. A estar triste o de mal humor sin tener que soportar que culpen a mi dolor de ovarios. Tengo derecho a que el mundo entero, sin excepción, respete mi alma, mi mente, mi cuerpo, mi vida, mi elección de vida, el curso natural de mi vida.

Ésos son mis derechos y no voy a conformarme con menos.
Si no estás de acuerdo, cerrá bien cuando te vayas, corazón.

15 octubre, 2007

Mitológica y romántica

- ¿Tenés El solitario, de Guy Des Cars?
Carlitos piensa dos segundos, camina cinco pasos, se detiene frente a un estante preciso, saca un libro y me lo da. El solitario, de Guy Des Cars. Tan acostumbrado está a esa rutina que no se percata de su talento: conoce la ubicación exacta de cada uno de los libros que vende. Para aumentar la admiración debo aclarar que no se trata de una librería en cadena, de ésas que separan a los libros por tema, estilo o autor; es una mitológica y romántica librería de usados, paraíso para el lector adicto y necesitado de precios bajos. Los libros están amuchonados en interminables estantes sin orden aparente; cuando no tiene más lugar en los estantes, Carlitos acomoda los libros sobre el mostrador, dándole forma de algo en ruinas.
Me resulta difícil calcular su edad, ya que soy clienta desde hace una década y Carlitos siempre aparentó tener treinta años. Hace gala de una amabilidad a prueba de casi todo, sólo una vez lo vi impaciente, y fue cuando entró al local un tipo que debía ser conocido suyo, porque empezó a narrarle sus penurias presentes, y le confesó su intención de suicidarse. Carlitos lo consoló con el no, pero qué decís, debe haber alguna solución obligado, mientras yo notaba su incomodidad y su temor de que la clientela huyera espantada. Fingí interesarme en un libro de cocina árabe y me quedé a hacerle el aguante, dispuesta a demostrarle que la amabilidad crónica no se paga sólo con una declaración de intención suicida. El tipo se fue y Carlitos me miró como si nada hubiera pasado.
- ¿Tenés algo de Raymond Chandler?
Juraría que le dolió un poco tener que decirme que no.

13 octubre, 2007

Desde adentro

Desde adentro no podés ver
que tu infierno no es más
que un paraíso prendido fuego;
desde adentro no podés ver
que podés ser manantial o catarata.

Y cuando todos esperan
verte bailar en el aire
la brea de tus complejos
cae fatal sobre tus alas,
mirás al frente y pensás
echaría a volar si tuviera
las alas de aqué que está parado allá,
pero ¿por qué no vuela?
con esas alas magníficas
yo me atrevería.
Y das media vuelta y te vas
dándole la espalda
al espejo que, sin saberlo,
contemplabas.

08 octubre, 2007

Ismael Serrano y premonición

Estaba yo cortando zapallitos para hacer un revuelto de zapallitos, y de golpe pensé:
- Tengo que poner el programa de Guinzburg ya, porque va a estar Ismael Serrano.
Dejé de cortar zapallitos, agarré el control remoto y puse el programa de Guinzburg, en donde una cocinera cocinaba algo con gelatina y yogurth. Luego la cámara enfocó a Guinzburg, quien anunció:
- Y ahora recibimos a Ismael Serrano.

Teniendo en cuenta que no había visto ninguna propaganda en la que se anunciara la presencia del español en dicho programa, invito a los racionalistas a explicar el por qué de la premonición que me envolvió mientras cortaba zapallitos.

04 octubre, 2007

Candor y ceniza

El viejo vivía solo, al final de un pasillo. Tenía, adelante de su casa, un local que funcionaba como kiosco. Poco a poco se empezó a ver cómo los gitanos de a la vuelta lo visitaban, cada vez con más frecuencia (digo gitanos porque esa gente era como son los gitanos en el prejuicioso imaginario colectivo de los payos: amontonados, abundantes, con cara de ladrones y algo sucios). Se trataba de un matrimonio y una horda de hijos; la mujer era idéntica a la abuela desalmada de la cándida Eréndira. Con el paso del tiempo, los gitanos se mudaron a la casa del viejo: estaba tan solo, el pobre.
En esa época, el dandy del barrio comenzó a ser visto en compañía de los gitanos. El dandy era un hombre homosexual que, me contaron, de joven era hermoso, adinerado y elegante. Era joven y homosexual en el tiempo de la dictadura militar, cosa que no debe haber sido fácil para él. Y del dinero y de la elegancia lo despojaron los gitanos, pero no quiero adelantarme.
Decía que el dandy empezó a ser visto en compañía de los gitanos; quienes conocían el asunto contaban que los gitanos lo convencieron para que pasara un tiempo haciéndole compañía al viejo, a quien cada vez se lo veía menos por la calle. Si alguien preguntaba por él, la Abuela Desalmada contestaba
- Ya no sale, el pobre. Está viejo y cansado...
Y repetía eso hasta que nadie preguntó más nada. El dandy, entonces, se sumó a la gran familia que componían los gitanos y, tal vez, el viejo.
Pasaron los años y el dandy fue adquiriendo una mirada dura, de perro apaleado, de persona que ve más cosas de las tolerables. De lucir trajes exquisitos pasó a vestirse con ropa demasiado usada. Mientras el kiosco era pobremente atendido por los gitanos, el dandy se encargaba de ir y venir todo el día haciendo mandados y trámites. Se volvió más flaco, casi transparente, como si ni siquiera sobreviviera: se limitaba a no morir.
Murió hace poco, de enfermedad, cansancio, desesperanza o vaya uno a saber qué. Los gitanos siguen ahí, existiendo, mirando con ironía y malicia a quien pase por su vereda.

Me contaron que hace poco alguien pasó por ahí y miró hacia adentro del pasillo. El viejo estaba sentado, viejísimo y ceniciento, vestido con una camiseta harapienta.
Entonces los gitanos cerraron la puerta y nadie vio más nada.