30 enero, 2007

Secando al ojo de la lágrima

El duelo comenzó hace casi cinco años y fue intenso.
No se trataba de la muerte de una persona querida sino de la muerte de una persona amada, extraordinaria e imprescindible. Cada uno a su manera dolió como pudo, y los cinco años pasaron a una velocidad de vértigo. No voy a hablar ahora de Ella. Voy a hablar de las cosas materiales que la muerte no se lleva.

La casa tenía que ser remodelada para que pudiera volver a ser habitable; había que sacar trastos y fantasmas. Tardamos cinco años en hacerlo.
Yo le tenía terror a ese momento; temía que, a la hora de seleccionar lo todavía útil para tirar lo que ya no servía, los fantasmas se entremezclaran con los trastos y me jugaran una mala pasada. Es decir, que me hicieran revivir el duelo, ése que no le deseo a nadie.

Cajas y más cajas y bolsas y más bolsas contenían cosas de mi vida de hace cinco años. Ropa y cuadernos era lo que abundaba.

Debo ser más fuerte de lo que siempre creí: luego de mirar las cajas que contenían mi pasado en material, sólo recaté, como un preciado trofeo de guerra, un Pequeño Pony de plástico violeta que me trajo un Papá Noel de hace veinte años.
Y que los fantasmas se conviertan en recuerdos, de una buena vez.

26 enero, 2007

Almarios

De acuerdo a lo que nos cuentan los especialistas, el diablo nos ronda y nos tienta.
En mi barrio hay una casa siniestra con un cartel en la puerta que reza: ésta es La maldición de Mandinga. En mi infancia, mi hermana y yo lo tomábamos como una excentricidad muy divertida: ¿Hoy podemos pasar por la maldición de Mandinga?, preguntábamos a nuestros padres, como si pasar por esa vivienda fuera ir a Disneylandia.
Y ese cartel en esa vivienda es lo más cercano a algún tipo de adoración al diablo que yo pude presenciar.

Sin embargo, los especialistas gozan o padecen de un talento increíble para encontrar señales diabólicas en casi cualquier lado. El ejemplo más notorio es el mensaje oculto en la música de algún músico. Los especialistas aseguran que si escuchamos determinada canción al revés, podemos oir mensajes de veneración al Oscuro. A cambio de esto, el diablo le otorga a este músico una vida de éxito. Siguiendo la lógica ilógica de los especialistas, el éxito está relacionado con el diablo. El fracaso, entonces, con Dios.
Antes de dejar a un lado esta paradójica herejía que no comparto, advierto: no me obliguen a elegir.

Pero no es mi intención hacer apología de la incredulidad.
Vamos a suponer que el diablo quiere almas. Deduzco que las almas que quiere son almas puras, en la medida de lo posible. ¿De qué le sirve un alma corrupta, si el trabajo ya está hecho?
Hace unos años daban por televisión una serie excelente llamada El garante; un tipo le vende su alma al diablo a cambio del amor de una mujer y deja como garante a su primer descendiente varón (resultó ser su nieto, hijo de su hija). Luego de muchos años, el hombre se suicida para escapar del pacto, y el diablo comienza a atormentar al nieto inocente.

A mi se me ocurre una solución más ingenua pero menos dañina: si lo que quiere es adueñarse de las almas puras o con cierto porcentaje de pureza, las personas que tengan un alma con esta característica deberán comprometerla antes de la oferta diabólica: un pintor vuelca su alma en sus pinturas. Viene el diablo y le ofrece transformarlo en el pintor más prestigioso del mundo a cambio de su alma. El hombre podrá argumentar
- ¡Oh, pero qué pena! Mi alma ya no es mía... se la ofrecí a mis pinturas... mírelas: ¿no son maravillosas? La crítica dice que mis cuadros tienen alma...
El diablo tendrá que conformarse con ir a las exposiciones del pintor, y mirar la obra con los ojos llenos de lágrimas, como añorando algo.

23 enero, 2007

Otra noche en ese extraño mundo colateral (segunda parte)

Anoche soñé con Él.

Debo admitir que nunca estoy preparada para esos embistes. Si bien ya hice público en oportunidades anteriores mi convencimiento de que la vida no es una regla de tres simple, también creo que, en la vigilia, hay ciertas cosas que funcionan como si lo fuera:
Si no ingiero líquido, me deshidrato.
Si suelo llegar tarde a mi trabajo, me despiden.
Si lo beso, voy a querer seguir haciéndolo.
Al conocer estas consecuencias desde antes de actuar, ese conocimiento me otorga cierto poder sobre ellas (ejemplo: si no quiero deshidratarme, sólo tengo que ingerir líquido).

En el mundo onírico, las reglas cambian. Nada tiene obligación de ser lógico. En mis sueños puede suceder que:
Si no ingiero líquido, aparece Lenny Kravitz montado en un burro de carga que tiene la piel pintada de verde y lleva atado a su panza (la panza del burro, no del músico... o tal vez sí) un paquete de bananas con sabor a pizza de jamón y...
Si suelo llegar tarde a mi trabajo, cae del cielo un ascensor repleto de monos que bailan malambo mientras el jacarandá que los cuida se lima las uñas y...
Si lo beso, voy a querer seguir haciéndolo.

Nunca estoy preparada para esos embistes: ni siquiera en el mundo delirante de los sueños tengo otra opción frente a Él. El poder sobre lo conocido, entonces, pierde todo su poder.

Anoche soñé con Él.
Estoy en sus manos.

22 enero, 2007

Incapaz de adorar lo que a mí se asemeja

Miren qué bien lo dice Ana Rosetti: Si al apagar las luces te invadía el terror
de que mientras durmieras la belleza
podría acometerte.
Si infatigablemente inaugurabas nombres
y a todo sortilegio prestabas tus oídos.
Si te cuidabas tanto en elegir los dedos
que tallo o mariposa tocarían
como si algún acorde de ello dependiera.
Si a escondidas, leyendo, con pervertidos príncipes,
apasionados mártires y almas de atormentados
el pacto establecías de una rara alianza.
Si acechabas collares de continuo
pues gustabas probar el sabor de las gemas,
biselados confites convertidos en ascuaspor tu boca.
Sí te fingías enfermo
para, en vez de jugar, a tus desmesurados
dominios acudir y disponer cortejos
o banquetes, o asaltos, y perpetrar delito
y hermosura en baúles y árboles.
Si entregado a ti mismo decías ser feliz
aun cuando, suntuosa, la tristeza vagaba
por tus ojos, desconocido mío,
afortunado fue que no te presintiera.
Pues de la soledad era yo soberana,
tenía todo un atlas pintado en el jardín
y el atrevido espejo que igualarme pudiera,
que pudiera doblar, extender los confines
de mi íntimo reino, me hubiera, irremediable,
aniquilado.
Incapaz de adorar lo que a mí se asemeja,
despiadada y tenaz te hubiera combatido.
Pero si derrotada
me fuera insoportable someterme,
vencedora, perdiéndote, no lo resistiría:
Son débiles corazas el amor y el orgullo.
Desconocido mío, afortunado es
que todavía te sueñe.

19 enero, 2007

Un mundo de sensaciones

Sabiendo que todo se apaga, insistirás alumbrando
(Gustavo Nápoli)


Cuando iba a la escuela primaria, a veces me volvía a casa con Eve y su mamá. Esas veces agarrábamos por la calle del costado del hospital y pasábamos por un geriátrico muy deprimente; me acuerdo que tenía unas cortinas azules que dejaban ver el interior. Con Eve pegábamos la cara al vidrio y saludábamos a los viejos que siempre estaban sentados en el mismo lugar, como si no quedara mucho más por hacer, no en ese momento sino nunca más. Los saludábamos y nos sentíamos mejores personas.
Hace poco nos acordábamos de eso con mi hermana, y nos dimos cuenta que lo que había (y hay) frente al geriátrico es la pared de la morgue del hospital. Es decir que lo que los viejos veían en su rutina de quietud era el costado de un depósito de cadáveres.

Hay un texto que no recuerdo cómo es su exactitud ni recuerdo quién lo escribió, que cuenta esta historia o una semejante:
Hay una habitación cerrada con un grupo de personas adentro. Por algún motivo estas personas no pueden salir ni tienen contacto con el afuera, excepto por lo que uno de ellos ve a través de la única ventana que hay en la habitación. El encargado de mirar por la ventana es siempre el mismo, por alguna razón que tampoco recuerdo. La cuestión es que, día tras día, el de la ventana narra a sus compañeros las maravillas que sólo él puede contemplar. Según lo que cuenta, esa ventana da a algún lugar fabuloso en donde pasan cosas hermosas.
Luego de un tiempo, los que no pueden ver por la ventana empiezan a sentirse ansiosos y codiciosos: no es justo, pensaban, que él sea testigo de esos sucesos extraordinarios y nosotros no. Entre todos lo mataron o simplemente lo arrancaron de la ventana, tampoco recuerdo. Se abalanzaron a contemplar la maravilla prometida, y se quedaron helados y sin retorno al descubrir que la ventana codiciada sólo daba a un despiadado muro gris.

Más que al escritor capaz de escribir la novela perfecta, admiro con toda la potencia taurina de mi amor a esas personas que aún frente a un muro inquebrantable pueden ver un mundo de sensaciones.
Hoy quiero brindar por las personas de las ventanas, por alumbrar incluso bajo amenaza de apagón, por su capacidad de convertir en agua bendita el más venenoso de los pantanos.
Por su manera tan dulce de ser invencibles.

16 enero, 2007

La tortuga que rompe a volar

Tac... Tac... Tac...
Cuando me asomé al patio para ver qué era ese ruido, no me asombró demasiado ver que mi tortuga intentaba levantar con su boca el hueso preferido de mi perro. Fracasaba, claro: el hueso es casi tan grande y pesado como ella. Sólo lograba elevarlo dos centímetros para luego, agotada, dejarlo caer. En otras ocasiones pude ver cómo se acostaba a dormir una siesta en el trapo que mi perro usa de cucha.
Hace unos años, una gata callejera eligió mi patio como sala de partos. De golpe y sin que lo quisiéramos, mi casa se llenó de gatitos juguetones. Al principio, mi tortuga los miraba como estudiándolos; acostumbrada a la compañía indolente del aloe vera, tanto movimiento gatuno le despertaba la curiosidad sin poder ni querer evitarlo. Luego de unos días empezamos a notar que mi mascota adquiría costumbres inesperadas en un animal de su clase: tomaba leche, se peleaba con los gatitos por un lugar cerca de mamá gata, se tiraba a dormir la siesta arriba de la maceta favorita de uno de los felinos (cómo llegaba arriba de la maceta es un misterio que nadie me supo revelar), intentaba trepar adoquines.
Los gatos crecieron, se fueron, y la tortuga volvió a su rutina de imitación del aloe vera: volvimos a no notar que estaba allí.
Hace casi un año vino mi perro y a mi tortuga, ahora, sólo le falta ladrar.

Ya libre de todo asombro pienso que, en algún punto, todos (humanos y animales) terminamos siendo lo que aprendemos. Y digo en algún punto porque mi tortuga sigue metiéndose en su caparazón cada vez que le place. Sigue siendo tortuga.

Que la vida no tenga límites es una muy buena noticia en un mundo acechado sin remedio por la muerte. Es como decirle mirá, vos vendrás a finalizar mi existencia pero yo, mientras viva, seré tortuga y perra y gata y aloe vera y todo lo que quiera.

Mientras viva seré lo que quiera. Y lo que me toque después, después lo discutimos.
Ahora no puedo, estoy ocupada.

13 enero, 2007

De espejos, esencias y apariencias

Algo sucede con los espejos. Algo, una fascinación que no logro explicar en su totalidad. Tengo bien en claro que cuando quiera escribir un cuento de terror, en mi cuento habrá espejo. Si mi relato es erótico, el relato incluye espejo. Cuando incursione en la escritura fantástica, mis personajes tendrán que evadir/traspasar/conquistar/adorar/revelar/rebelar/oscurecer algún espejo.

Mi obsesión por estos multiplicadores no es singular. Desde Alicia en su viaje al país de las maravillas hasta varios textos de Borges, pasando por Harry Potter y su embriagador y peligroso espejo de Erised, mejores creadores que yo recurrieron a los repetidores de imágenes para delinear un concepto o un horror de la infancia. Por eso digo que algo sucede con los espejos.

Me aturde una idea: los espejos aumentan en cantidad todo lo que reflejan. Si dos personas se acarician frente a la vigilancia de un espejo, la caricia será doble. Pero si un asesino mata a su víctima en ese mismo sitio, el crimen será doble también. Habrá un crimen más. No en esencia pero sí en apariencia, y eso no es poco en el mundo que habitamos.

Por esa extraña obsesión trato de actuar con la mayor honestidad que soy capaz de esgrimir sin morir en el intento: si me sorprende un espejo, quiero poder convivir con su imagen.
Esencia y apariencia se funden en esta encrucijada, y yo soy lo que consigo ver.

Los espejos resultaron ser más inteligentes de lo que yo pensaba. Esencia y apariencia se funden. Quizás yo misma no soy más que el reflejo de una mujer idéntica a mí que me mira a los ojos, allá, del otro lado del espejo.

10 enero, 2007

No queda sino batirnos

Ya se que siempre tengo la posibilidad de mirar hacia otro lado, pero me gustaría no tener que recurrir a esa opción.
Fui casi testigo las veces anteriores y cada vez me parece más inútil. Aunque ése no es el problema principal, porque conozco cosas inútiles pero bellas o atractivas, y éstas no me molestan. Digamos que esa eventual belleza o ese eventual atractivo las hace menos inútiles.
Pero no es este caso. Esto es inútil y peligrosamente narcótico. No le encuentro detalle alguno que sirva a su redención.
Y recién comienza, y va para largo.
No se cómo haré para soportarlo, si parece ser, además, omnipresente.

Muchas personas muy religiosas recurren a la Biblia en busca de consuelo o solución: abren el Libro en cualquier parte y leen la primera frase que les aparece. Y (dicen) hallan respuestas.
Yo no soy muy religiosa y no tengo Biblia. Tengo, eso sí, libros diversos, y considero sagrado a más de uno. Por eso, dando manotazos de ahogado, busqué ayuda en el primer libro que tuve a mano, que resultó ser el segundo tomo de
Las aventuras del Capitán Alatriste. Lo abrí y leí

- No queda sino batirnos - resolvió Quevedo.

Sonreí. Levanté la vista, miré fijo el televisor que emitía el primer programa de la nueva versión de Gran Hermano (inutilidad narcótica), recordé con amargura que en el pais de los ciegos el tuerto es rey, y anuncié, lanzando la estocada:
- Me voy a dormir.

Mi espada se clavó certera en el ojo del cíclope que todo lo ve pero que necesita ser visto para existir.
Y no pudo sostenerme la mirada.

08 enero, 2007

Y un corazón para el hombre de hojalata

Antes de que Irene y su familia compraran la casa, quien vivía allí era la bruja mala del Este. Al irse, lo único que quedó de ella fue su par de zapatos mágicos: la persona que los usara sólo tenía que hacerlos chocar tres veces entre sí para estar de vuelta en su hogar. Yo se los robé y me fui a Oz, en busca de un famoso mago, y en el camino me hice amiga de un espantapájaros sin cerebro, de un hombre de hojalata que carecía de corazón, y de un león cobarde...

Bueno, la mujer era bruja en serio. O al menos eso intentaba. Ignoro si alguno de sus maleficios dio resultado; lo que sí logró fue el rechazo de todos los vecinos gracias a sus maldiciones e insultos.
La mitología barrial narraba que la bruja deseaba el mal para todo aquél que se cruzara en su vida. Si alguna vez sus deseos fueron cumplidos, también lo ignoro.
Al cabo de unos años se fue de esa casa y de nuestras calles, tal vez porque ya no quedaba persona alguna que no la despreciara: su ambición había tocado el techo.
La casa la compró Irene y si no la recibimos con mariachis fue solamente para que no se alarme ante tanto alivio.

Pasaron años y yo recuerdo a la bruja mala como una persona muy odiada.

Definitivamente y a la larga, la maldad es un muy mal negocio.

06 enero, 2007

El final es en donde partí, canta La Renga

"¿Qué por qué estaba yo con esa mujer? Porque me recuerda a vos. De hecho, me recuerda mas a ti , que vos misma" (Groucho Marx).


Jorge me preguntó si yo conocía a Stevie Ray Vaughan y tuve que admitir que no. Entonces puso un dvd suyo y un minuto más tarde ya estaba enamorada de él.
La historia no concluye aquí. Tampoco empieza.

Si bien ese hombre-bestia tenía (o tiene, la inmortalidad es un tema del espíritu más que de la vida) talento suficiente como para ser principio, nudo y desenlace en sí mismo, mientras lo escuchaba sentí una necesidad urgente de oir/sentir a
Walter Giardino.

Giardino es un guitarrista argentino de fama tormentosa (de tormenta y de tormento). Los que lo odian sin conocerlo cuentan que es mezquino, codicioso, ególatra, mala persona. Los que lo amamos sin conocerlo contamos que es uno de los mejores guitarristas del mundo, y sospechamos que en alguna vida pasada fue quemado en alguna hoguera: las civilizaciones antiguas creían que la magia era cosa del demonio.

Y ahora tengo que admitir que no puedo jurar que el porteño de siempre es mejor que el texano recién descubierto. Y sin embargo, vuelvo a vos gastao el mazo en inútil barajar, dice un tango. Porque no es la primera vez que me pasa: cada vez que escucho una guitarra, me dan ganas de oir, luego, a Giardino. Sea quien sea el otro.
Entonces recuerdo que Giardino fue el primer guitarrista que escuché, allá por mis nueve o diez años. Fue él quien inauguró el caos.

Deduzco que los sucesos primitivos son limitados, y que todo lo que venga después son ramificaciones.
Ignoro cuál es el origen de este hoy.
Mientras indago en mi pasado, seguiré paseando en círculo.

02 enero, 2007

La venganza será terrible o renaceré en el intento

De todas las historias de llantos temperamentales que cuenta el cine, Cumbres borrascosas (con Juliette Binoche y Ralph Fiennes) es una de las que miro casi con necesidad:

Situada temporalmente cerca del año 1800. El padre del joven Hindley y de su hermana Catherine lleva a vivir a la casa (un castillo excesivo y hermoso) a un muchacho errante y árido llamado Heathcliff, a quien trata como a un hijo más. Pero el benefactor muere pronto y quien queda a cargo de la familia es el vil Hindley, que se apresura a aclararle al intruso
- Desde ahora, vivirás en el establo.
Heathcliff no se entristece demasiado: mientras cuente con el amor fueguino de Catherine, todo lo demás son sobras.
Así crecen, juntos e inseparables. Así, hasta que Catherine conoce a Linton, un joven vecino de personalidad tibia y agradable y cuya posición social es mantenida en alto gracias a la altura de su alta riqueza material. Un día de esos, el tosco y artesanal Heathcliff escucha a Catherine decir que se casará con Linton porque sería degradante hacerlo con Heathcliff.
En medio de una tormenta climática y emocional, nuestro pobre muchacho huye y Catherine se casa con el prolijo Linton amando y doliendo al que huyó.
Dos años después, Heathcliff vuelve pero no es él. El de ahora es un hombre que respira riqueza material, y crueldad en todas sus formas. El de ahora es un hombre que volvió para vengarse.
Le compra el castillo hipotecado a un (hoy) alcóholico y desgraciado Hindley, de quien yo no me apiado: su miseria le vuelve multiplicada y no me parece mal (nunca me gustó ver desamparado al inocente Heathcliff). Pero ya no es inocente y decidió que, así como Hindley lo trató a él, él así tratará al pequeño Hareton, su hijo. Al mismo tiempo, Catherine y Linton tienen una hija. Con seducción de hipnotizador, Heathcliff engaña a la joven Cathy hasta lograr tenerla prisionera en su casa. Hareton y Cathy son las víctimas de una venganza que no tendría que rozarlos siquiera.

Conté todo esta trama para poder llegar a una escena: cerca del final, un avejentado Heathcliff contempla a Hareton y a Cathy, quienes se acercaron el uno al otro como una forma de inmunizarse o como una repetición de la vieja historia: Cathy es igual a su madre y Hareton es tosco y artesanal, más parecido a lo que su tirano fue alguna vez que a su propio padre. Mientras los mira, Heathcliff le dice a la vieja ama de llaves, testigo de esta historia desde sus comienzos:
- Los padres no pudieron vencerme, y yo ahora puedo vengarme en los hijos. Pero ¿qué sentido tendría?

Yo miro a Hareton, quien fue criado por Heathcliff, y pienso que en él está la respuesta. La necesidad de venganza de Heathcliff no es más que una excusa que engendró aquella lejana noche de tormentas para no enloquecer de indignidad. La venganza era vital para la subsistencia.
Pero a la hora de hacer sufrir al hijo de su peor enemigo, Heathcliff no puede evitar convertirlo en una copia casi exacta de su pasado. Al verse en ese espejo de carne, hueso e inocencia, Heathcliff se da cuenta de que ya no necesita de la venganza para sobrevivir: el Heathcliff de antaño sigue latiendo allá atrás, atrás de todos sus miedos. Y ese Heathcliff es el que sabe que, pese a lo que parece, todo este asunto no se trata ni de vencer ni de ser vencido sino de la vida, región torpe en la que la venganza es una espada que lastima más al que la empuña.

Al menos, hasta que se atreve a mirarse al espejo.