Secando al ojo de la lágrima
No se trataba de la muerte de una persona querida sino de la muerte de una persona amada, extraordinaria e imprescindible. Cada uno a su manera dolió como pudo, y los cinco años pasaron a una velocidad de vértigo. No voy a hablar ahora de Ella. Voy a hablar de las cosas materiales que la muerte no se lleva.
La casa tenía que ser remodelada para que pudiera volver a ser habitable; había que sacar trastos y fantasmas. Tardamos cinco años en hacerlo.
Yo le tenía terror a ese momento; temía que, a la hora de seleccionar lo todavía útil para tirar lo que ya no servía, los fantasmas se entremezclaran con los trastos y me jugaran una mala pasada. Es decir, que me hicieran revivir el duelo, ése que no le deseo a nadie.
Cajas y más cajas y bolsas y más bolsas contenían cosas de mi vida de hace cinco años. Ropa y cuadernos era lo que abundaba.
Debo ser más fuerte de lo que siempre creí: luego de mirar las cajas que contenían mi pasado en material, sólo recaté, como un preciado trofeo de guerra, un Pequeño Pony de plástico violeta que me trajo un Papá Noel de hace veinte años.
Y que los fantasmas se conviertan en recuerdos, de una buena vez.