27 junio, 2007

Jardines de mármol

(Advertencia: este texto puede resultar hiriente para algunas personas. No es ésa mi intención. Pido disculpas si alguien se siente ofendido o dolido por algo de lo que escribo a continuación).


Teillu escribió y yo me quedé pensando.

Nunca sabemos qué hacer frente a la muerte. Nunca sabemos cómo abrazar al doliente, cómo respetar su soledad, cómo ser compañía sin resultar un agobio. La muerte tridimensiona todo; lo árido se vuelve cortante y lo frágil se rompe con más facilidad.
Y al margen de todo duelo, está el cuerpo.
Hablo del cuerpo del muerto, claro.

Ignoro dónde y cuándo surgió la costumbre de enterrar los cuerpos. La creación de cementerios. Las fosas. Ignoro a quién se le ocurrió la idea, pero me parece atroz.
La atrocidad de ese ritual no la encuentro tanto en el hecho de echar tierra sobre quienes dejaron de vivir sino en su punto opuesto: lo atroz está en ocupar la tierra que, por lógica, les corresponde a quienes siguen vivos.
Tal vez se trata de ruinosa mezquindad de mi parte, pero cuando pienso que la vida tiene prioridad por encima de la muerte, lo pienso incluyendo esos extremos. El cuerpo sin vida es residuo. Aunque duela.
Imagino una escena garciamarquezca: cada persona que muere es enterrada, los cementerios se agrandan y se agrandan y se agrandan hasta desplazar a los vivos, quienes mueren por falta de espacio, espacio para sembrar, cosechar, levantar viviendas, vivir. El mundo, entonces, se convierte en una tumba inmensa.

El cuerpo sin vida debe ser entregado al fuego. Las cenizas, al mar.
La tierra debe pertenecerle a los vivos, para que puedan hacer lo único que se debe hacer frente a la muerte: seguir viviendo.

25 junio, 2007

Las lámparas estudiosas

Si bien la casa matriz seguirá siendo esta humilde morada, acabo de abrir Las lámparas estudiosas, una sucursal de este blog que funcionará como biblogteca.

De más está decir que también allí son bienvenidos.

22 junio, 2007

Memoria de pez, ceniza de fénix

Este domingo hay elecciones en la Capital. Balotaje para jefe de gobierno porteño. La duda es entre Daniel Filmus, candidato del gobierno kirchnerista, y Mauricio Macri, empresario y presidente del Club Atlético Boca Juniors.
Durante los últimos siete años, Argentina vivió una caída estrepitosa y un resurgimiento más veloz de lo que se podía llegar a creer. Nos dábamos por muertos, y sin embargo nos levantamos de nuestras propias cenizas. Aún nos estamos levantando. Con ese pasado (pasadito, muy reciente, muy de ahora) hay grietas que no se cerraron y hay desencantos que nos abofetearon el orgullo y la ingenua creencia de vivir en un paraíso económico. Aún nos estamos levantando; por respeto a la fuerza que demostramos poseer, no toleramos intentos de volver a ese pasado de promesas impares (leer El príncipe, de Federico Andahazi).
Debido a esa intolerancia lógica, me asombra, me hiere y me ofende la campaña política de Mauricio Macri, que ofrece seguridad para Buenos Aires pero no puede evitar que los barrabravas del club que preside derramen violencia con impunidad mafiosa.
Lo que me preocupa no es que Macri ofrezca cosas que a todas luces no puede cumplir, que nos tome por idiotas haciendo campaña en una escuela de danza para demostrar que le importa la cultura, que se saque fotos abrazado a una niña pobre para demostrar que le importa lo que ocurre más allá de su inconmovible cuna de oro macizo.
En síntesis: lo que me preocupa no es que Mauricio Macri se parezca terriblemente a Carlos Menem sino que mucha gente, muchísima gente, demasiada gente no se de cuenta. O, lo que es infinitamente peor, que se de cuenta y no le importe.
Ray Bradbury lo explica mejor:

Había un tonto y condenado pájaro antes de Cristo llamado fénix. Cada tantos centenares de años construía una pira y se arrojaba a las llamas. Debió haber sido primo hermano del hombre. Pero cada vez que se quemaba a sí mismo, surgía intacto de las cenizas, volvía a nacer. Y parece ahora como si estuviéramos haciendo lo mismo, una y otra vez; pero sabemos algo que el fénix no sabía: sabemos qué tonterías hemos hecho, conocemos todas las tonterías que hemos hecho en estos últimos mil años, y mientras no lo olvidemos, mientras lo tengamos ante nosotros, es posible que un día dejemos de preparar la pira funeraria y de saltar a ella. En cada generación seremos unos pocos más para recordar.

19 junio, 2007

Una mente brillante

Después de varios años de desconcierto, me crucé con Gea. Iba de la mano de un muchacho calvo.
Lo primero que hice fue suspirar de alivio al verla con vida. Lo segundo fue esconderme para que ella no me viera.

La conocí cuando yo tenía catorce años y ella dieciséis, en la puerta de mi escuela secundaria. Me detuve a hablar con ella no recuerdo por qué motivo, y la invité a formar parte del Centro de Estudiantes, donde yo era delegada de mi curso. Gea aceptó de inmediato, y ahora deduzco que si lo hizo no fue por un agudo sentido de defensa estudiantil sino para, por una vez en su vida, sentirse parte de algún grupo.
Gea tenía una mente brillante. Me refiero a que era una de esas personas que tienen todas las condiciones para descubrir una vacuna que salvará a la humanidad o para escribir una de las obras literarias más grandes de la historia. Pero una mente brillante es, a los dieciséis años, un tesoro pesado.
Gea se pegó a mí. Confieso que yo estaba cómoda con ella. Digo, de adolescente me sentía Lisa Simpsons en medio de un boliche de música electrónica, y Gea significó un respiro.
Vivía en una casa que siempre olía a pis ácido de gato. Vivía con su madre, una sufrida maestra de escuela pública, y su padre. Aquí me detengo.
Su padre resultó no ser su padre sino su padrastro. Su padrastro la violaba, y su madre no le creía. Hasta que un día le creyó y lo echó de la casa. Ahí, las implosiones de Gea se hicieron explosiones y comenzaron a afectar a todos los que estábamos cerca suyo.
Gea se puso de novia con un alumno de su madre, un adolescente brutal con voluntad y destino de presidiario, que llevaba un arma de fuego y un par de armas blancas. El chico instaló a su familia en la casa de Gea.
Él no me gustaba y así se lo dije a Gea. Era peligroso, le dije. Gea no me prestó demasiada atención.
Mi instinto de supervivencia me obligó a cortar relación. Pensaba que mis dieciséis años eran muy pocos para cargar con Gea y sus designios.

Después de varios años de desconcierto, la crucé por la calle.
Ojalá que, esté donde esté, viva con quien viva, su brillantez tenga espacio para iluminar. Ojalá que descubra la vacuna contra el sida o, en su defecto, que sea feliz.

16 junio, 2007

¿Cómo sabes que ella no me escucha?

Te huelo, te crees que estoy roncando y te huelo (Marea)


Una de mis películas favoritas es la genial Hable con ella.
Ahí vemos cómo un enfermero se encarga de cuidar a una chica en estado vegetativo. Aparte de constatar que sigue con vida, él la baña, le pone cremas humectantes, asegura su buen estado físico más allá del coma.
Y le habla. Durante cuatro años ininterrumpidos, él le habla. Pero no le habla con desesperación, con angustia, emitiendo mensajes de aliento por si una parte de ella estuviera despierta y oyente, no. El enfermero le habla de cosas cotidianas: qué hizo esa mañana, de qué color son sus cortinas nuevas, de qué trata la película que vio la noche anterior. Durante cuatro años ininterrumpidos, él habla con ella como si ella le respondiera. Un amigo trata de disuadirlo, le dice que ella tiene el cerebro desconectado y que no puede oírlo. Él le contesta
- ¿Cómo sabes que ella no me escucha? El cerebro femenino es un misterio, más en este estado.

El enfermero me recuerda un poco a Florentino Ariza, el romántico suave y persistente de El amor en los tiempos del cólera. Ariza insiste en su cortejo pese a la falta de reacción de su amada. En una parte, García Márquez escribe no tuvo la impresión de ser visto, no advirtió ningún signo de interés o de repudio, pero en la indiferencia de ella había un resplandor distinto que lo animaba a persistir.
Claro que la diferencia es notable: la amada de Ariza estaba bien despierta. Pero Hable con ella es una película de Almodóvar, y Almodóvar te muestra siempre una realidad lateral.

Cuando busqué por internet el argumento de Hable con ella, encontré que trata de la soledad, la incomunicación, la amistad y la locura. Entiendo esa explicación. El enfermero es un loco solitario que vive por y para una mujer en coma. Pero creo que hay más.
Porque ella despierta. Luego de esos cuatro años de vida sin vida, ella despierta. Los médicos hablan de milagro, pero los espectadores sabemos que no es tal cosa. Sabemos que su nueva vigilia se debe sólo a la oratoria sin pausa del enfermero.
Almodóvar afirma la posibilidad de comunicación. Su enfermero sabe lo mismo que sabe el enamorado de García Márquez: que la indiferencia no es garantía de nada. Y me atrevo a esta comparación porque el resultado es el mismo: ellas reaccionan. Una se enamora, la otra despierta. Los embistes comunicacionales de ellos no fueron en vano.

Ningún intento de acercamiento es en vano.
Aunque la procesión vaya por dentro y dure cuatro años.

13 junio, 2007

Todo lo que siempre quiso saber sobre mí pero nunca se atrevió a preguntar

Lágrimas de mar me pasó una cadena que me parece muy interesante. Debo contar ocho cosas sobre mí, y luego elegir a ocho personas para legarles el juego. Esto último no lo haré, no por rebeldía a las normas lúdicas sino porque quienes deseo que lo hagan, seguro dicen que no. Tengo mala puntería para arrojar cadenas.
Entonces:

1) Me gusta el olor que tiene mi perro cuando está sucio. Me gusta apretarle cariñosamente los mofletes.

2) Tengo vértigo. No hablo sólo de no poder escalar una montaña. Tengo vértigo en alturas cómicas. Una vez, se me cerró la puerta de mi casa y yo estaba afuera. Le pedí permiso a mi vecina para treparme a su pared (de un metro ochenta, más o menos) y saltar a mi patio. Me trepé, me acosté sobre la medianera y al mirar el suelo me dio tal vértigo que me quedé unos cuantos minutos gritando ¡me voy a caer, me voy a caer! ante las carcajadas de mi vecina.

3) Excepto casos puntuales, me gustan los hombres estilo vikingo. Pelo largo, barba, músculos desarrollados (pero no de gimnasio), cara de malo. Lo contrario a Gael García Bernal, por poner un ejemplo.

4) Mi criterio a la hora de comprarme ropa es si no es cómodo, no lo uso. Los tacos son contra natura. Si la naturaleza hubiera querido que las mujeres camináramos apoyadas en la punta de los pies, así estaría hecha nuestra anatomía. Tengo pies y alma de empedrado.

5) Creo en la astrología. Soy Tauro en el zodíaco occidental, Chancho en el chino y Sol Magnético Amarillo en el maya.

6) Me gusta mucho el chocolate con pasas de uva. No me gusta tanto el chocolate con almendras.

7) Prohibiría entrar al cine con cualquier tipo de alimento. ¡Los pochoclos hacen ruido, señores!

8) Hace casi tres años me hice un tatuaje y ahora me quiero hacer otro.

Eso es todo.
Voy a apretar los mofletes de Pepo.
Después vuelvo.

11 junio, 2007

El amo de llaves

Hoy voy a hablar de Horacio.

La noche que lo conocí, lucía su traje de escudo y lanza. Yo había ido a pasarla bien y a hacer amigos. Lo de pasarla bien tuve que dejarlo para otra ocasión: todos los que asistimos a esa reunión coincidimos en que fue digna de olvido. Por aburrimiento, curiosidad u olfato, fijé mi mirada (la que no es miope, la interna) en el muchacho de mirada marcial. No tenía cara de Horacio, pero se llamaba Horacio. Con la misma lógica, deduje que el hecho de que su actitud fuera intimidante no lo convertía obligatoriamente en inaccesible. Él se dio cuenta de que yo me había dado cuenta y nos caímos bien, aunque él lo disimuló y yo no.
Esto sucedió hace dos años y medio. Hoy, Horacio me es imprescindible.

Hay sitios, recovecos, rincones ocultos en el fondo de mi confianza a los que es muy difícil llegar.
Pero Horacio tiene una cualidad que admiro con profundidad, y que le da pase libre a mis lugares privados: no sólo no se sorprende con las cosas que encuentra allí, sino que las adivina antes de verlas. Tal vez no se sorprende porque las adivina, o tal vez es al revés, tal vez su capacidad clarividente es un premio por aceptar y respetar las geografías del otro. Y yo tengo la fortuna de ser ese otro.
Sabe el valor de la confianza y no juega con eso. Sabe usar su inteligencia racional, emocional y humorística, y gracias a eso no tengo la necesidad de demorarme en explicaciones tediosas. Si le ladro hoy no estoy de humor, él sabe.

En fin.
Si alguien quiere conocer rincones que yo me niego a compartir, puede ir a hablar con Horacio.
Él no hablará.
Porque él sabe.

07 junio, 2007

Erróneo tributo a Enrique Medina

yo me llamo gilda gracias a un escritor argentino llamado enrique medina que se caracteriza por su prosa devastadora siniestra oscura y por escribir sin comas ni puntos ni mayúsculas hasta el punto de hacer opresora una narración de por sí cerrada yo leí su novela las tumbas a los trece años y eso me hizo casi inmune a las atrocidades de sade por ejemplo en la primera mitad de justine yo ya pensaba que la protagonista era una imbécil y en la segunda mitad el libro me pareció de goma en cambio las tumbas no deja lugar para la huída te va encerrando dentro del espanto decía que me llamo gilda gracias a medina porque medina estaba enamorado de rita hayworth y mi mamá leyó un libro suyo cuando yo estaba en su panza y me contó mi mamá que en una parte medina nombra muchas veces seguidas a la gilda de rita algo así como gilda gilda gilda gilda y mi mamá leyó eso y le gustó el nombre cuando yo era chica quería llamarme paula verónica carolina nadie se llamaba gilda en cambio ahora me encanta y escribo esto para agradecerle a medina agradecerle por mi nombre que no es lo mismo que mi identidad es decir que mi nombre se lo debo a medina pero mi identidad no mi identidad se compone de muchas cosas no sólo de cinco letras por ejemplo no es mío esto de escribir sin comas ni puntos ni mayúsculas este es un espejo ajeno y yo no estoy en él esto que escribo ahora es como esos tributos a sabina en los que el cantante dice joder coño tío porque cree que eso lo convierte en español y bebe whisky en el escenario porque cree que eso lo convierte en genio y la realidad es que el homenaje y la gratitud no tiene mucho que ver con la imitación y la copia me estoy empezando a marear por tanta letra sin calma así que voy a ir cortando este erróneo tributo de a poco voy a meter primero una coma, luego un punto.

Medina, gracias por mi nombre. Mi identidad reclama comas, puntos, mayúsculas y otras cosas que no tienen nada que ver con la gramática.

03 junio, 2007

La alegría en puñados de a diez

El día venía desangelado. Necesitaba alguna chispa, algún motivo.
Entré al negocio en el que venden galeras, a ver si tenían lo que yo buscaba.
- Ah, señorita, tengo la galera ideal para usted - me dijo el vendedor - Mire. Negra, de fino terciopelo y seda oriental en los bordes. Un lujo, a un módico precio.
- ¿No tiene una con palomas? - pregunté.
- ¿Cómo dice?
- Con palomas. Una galera de la que salgan palomas. O conejos. Palomas o conejos.
El vendedor me miró, enojado.
- Señorita, éste es un negocio serio. No es una kermese. ¿Va a llevar una galera, sí o no?
Salí del comercio con las manos vacías y me metí en el de al lado. Vendían vasos.
- Tiene vasos de plástico, de vidrio, de porcelana. También tiene vasos para niños, vienen con una tapa para que el niño no vuelque la bebida.
- Ah. ¿Y no tiene un vaso de ésos que parecen llenos de líquido pero, al darlos vuelta, el líquido no cae? - quise saber.
- No se de qué me está hablando, señorita.
Volví a la calle, cabizbaja. No había chispas ni motivos ni un poco de caos. Todo tenía su lógica.

Mi tristeza estaba empezando a parecerme normal, cuando de repente sentí que me chistaban. Un hombre sentado en un banco frente a una mesa portátil me hacía señas para que me acercara. Llevaba una galera y en la mesa había tres vasos, uno al lado del otro. Colocó una bolita de color rojo bajo el vaso del medio, me sonrió y comenzó a cambiar los vasos de lugar a una velocidad vertiginosa. Se detuvo y me miró.
- El de la derecha - le dije.
Levantó el vaso que le indiqué. No había nada.
- El de la izquierda - supuse.
Nada.
- El del medio, entonces.
Nada. Yo estaba maravillada. El hombre se sacó la galera, y sobre su cabeza estaba la brillante bolita roja. Se acercó a mi oído y me preguntó
- ¿Te imaginás el precio que tendrían los vasos y las galeras si los vendedores supieran la magia que contienen?

Seguí mi camino, sonriente. Ya tenía chispas y motivos.
Compré una galera, de la que ya saqué una paloma, un león y un ramo de rosas.
Compré tres vasos, pero por el momento sólo los usé para un brindis, a la salud del trilero.