28 febrero, 2007

El poeta que hablaba de Amor

Una teoría muy difundida afirma que el poeta escribe mejor en la desgracia. Dolores, desengaños, llantos, penurias y monstruos debajo de la cama parecen formar el ambiente ideal para que el poeta se encuentre con las musas.
No voy a ser yo quien refute esta teoría: me gustan demasiados poemas tristes y demasiados tangos terribles.

Sin embargo, algo me hace ruido y no me convence. Si la poesía se engendra tras un sufrimiento, ¿el placer no es digno de poesía? ¿lo Bello no genera poesía? ¿no hay algún poeta que hable de amor sin corrupción, y que sea respetado y admirado? ¿soy ingenuamente optimista?

Acá me dicen que sí, que lo soy. Y sí, hay al menos un poeta con esas características.
Walt Whitman nació en 1819 en New York y ganó prestigio por escribir cosas como ésta:

... tanto bien me han hecho
que quisiera hacer lo mismo por ustedes...
les infundiré nueva alegría y rudeza,
quien me niegue no me causará desazón,
quien me acepte, hombre o mujer, será bendecido y me bendecirá...

y como ésta:

... creo que podría detenerme aquí y hacer milagros,
creo que encuentre a quien encuentre en el camino,
me resultará simpático...
creo que quienquiera que vea será feliz...

pero no caigamos en el error fácil de pensar que Whitman era una especie de Ned Flanders del 1800. Whitman predicaba lo que predicaba porque veía las cosas desde un punto luminoso. No era un tonto al que todo le daba lo mismo. Aquí lo demuestra:

... desde ahora me impongo rechazar todo límite y líneas imaginarias,
iré donde me plazca, soy mi propio amo, total y absoluto,
oiré a los demás, considerando con cuidado lo que dicen...
con cortesía pero con innegable voluntad
me despojaré de las trabas que pretendan retenerme...

Los optimistas tenemos un cielo infinito sobre nuestras cabezas. Walt Whitman demuestra que tenemos, también, un asfalto sólido bajo nuestros pies.
Y que no sólo las tinieblas son dignas de inmortalidad.

A Walt Whitman le habría gustado mucho esta canción.

25 febrero, 2007

La intersección de V y N

Sucedió el viernes a las nueve de la noche, cuando iba a la casa de Germán.
Salí de mi casa, doblé en la calle V y vi que cruzando la calle N venía una persona, un viejo o una vieja. Lo miré bien porque la intersección de las calles V y N no es justamente el paraíso terrenal, y últimamente mi barrio anda medio inquieto por algunos robos. No quería cruzarme con un ladrón.
Cuando estaba por llegar yo a N me tropecé, bajé la vista medio segundo y al levantar los ojos la persona no estaba. Aclaro que la esquina de V y N es la esquina de una curtiembre: paredón por ambas calles sin puertas ni ventanas. La persona no pudo haber entrado a la fábrica por ningún lado ni, por otra parte, pudo tener tiempo de hacerlo sin que yo lo viera. Al llegar yo a N miré hacia la izquierda, convencida de que iba a ver a la persona caminando por allí, y que eso significaría que sí tuvo tiempo de doblar. Miré hacia la izquierda y no había nadie. Ni la persona ni, repito, puertas o ventanas.

Será curioso, pero no sentí miedo.
Debe ser que no me permití ni me permito el egocentrismo de creer que cada espectro, cada demonio o cada ángel que deambula por mi barrio lo hace con el fin de cruzarse conmigo.

22 febrero, 2007

Música color beige bien claro

En la película Alta fidelidad, John Cusack interpreta al dueño de una disquería. El negocio va mal, él se siente un fracasado, su novia lo dejó por otro y su madre lo llama por teléfono para reprocharle que si las mujeres lo abandonan es por su culpa.
La escena de la que les voy a hablar transcurre en la disquería. Cusack está cabizbajo, muy triste, muy deprimido. Entra al negocio su empleado, un tipo gracioso e insoportable interpretado por Jack Black, y pone al volumen máximo un disco de (creo) Tina Turner. Cusack le pide que lo saque. Black le dice que no, que ese disco es ideal para empezar el día bien arriba. Cusack se violenta, se acerca al equipo de música y lo apaga; luego mira a Black y le grita
- ¡Necesito oir música que pueda ser ignorada!

Eso que siente Cusack es lo opuesto a lo que siente el ladrón de orquídeas en la película El ladrón de orquídeas (ya lo conté una vez, disculpen el eco): el ladrón explica que como el mundo es inabarcable, las personas necesitan una pasión. Así, la persona vive por y para el objeto adorado; el mundo se convierte en ese objeto y así deja de ser inabarcable.
Para el Cusack de Alta fidelidad, la música es su objeto de pasión. Sin embargo, ese día necesita música que parezca no estar allí. Porque no dice no quiero música sino quiero música que pueda ser ignorada.

Suele suceder que un día determinado nos sentimos agridulces. No queremos estar con otras personas, pero tampoco queremos estar solos. No queremos que una tormenta nos empape, pero tampoco queremos que el sol caiga sobre nosotros como una maldición vertical.
Lo que queremos esos días es que las cosas existan pero que no nos toquen, para poder arreglar nuestros asuntos íntimos sin estridencias infiltradas.
Por eso me gustan las personas que saben que mi color favorito es el rojo pero que a la vez son capaces de notar cuándo es más oportuno un beige bien claro.

(Nota de la autora: Alta fidelidad es una comedia. Si narré de tal modo que pudo pasar por un drama más lacrimógeno que Mar adentro, no fue ésa mi intención. Debe ser que hoy estuve escuchando a Ismael Serrano y, ya saben, no es música que pueda ser ignorada).

20 febrero, 2007

El oro del rey

El querido Pazzos y el querido Capitán me legaron una cadena. No suelo atarme a ellas, pero la realidad es que la literatura y sus apologistas siempre cuentan con el apoyo de El arcángel mirón. Y la cadena que heredé es una cadena blogoliteraria.
Tengo que ir a la página 123 del libro que estoy leyendo, dejar pasar las primeras cinco líneas y transcribir aquí el párrafo que sigue.
El libro en cuestión es El oro del rey, de Arturo Pérez Reverte, y el párrafo que nos toca dice:

"Ésas eran mis reflexiones sentado en los escalones de la Lonja, cuando vi pasar a lo lejos al capitán en compañía del contador Olmedilla. Caminaban junto a la muralla de los Alcázares, hacia la casa de Contratación. Mi primer impulso fue correr a su encuentro pero me contuve, limitándome a observar la delgada figura de mi amo, que iba silencioso, las anchas alas del chapeo sobre el rostro, la espada balanceándose al costado, junto a la presencia enlutada del funcionario. Los vi perderse tras una esquina y seguí sentado donde estaba, inmóvil, los brazos en torno a las rodillas. Después de todo, concluí, la cuestión era simple. Aquella noche tocaba decidir entre hacerme matar solo, o hacerme matar junto al capitán Alatriste".

Voy a aventurar una continuación: Íñigo Balboa (que es quien narra la historia) irá a hacerse matar solito y solo, como su orgullo lo tiene acostumbrado. Pero si el joven Íñigo va, el capitán Alatriste fue, volvió, murió y resucitó, y cuando las estocadas amenacen con dejarnos sin narrador, el capitán con cara de Viggo Mortensen estará ahí para dar vuelta la situación y un par de hígados.

Bien, ahora tengo que elegir a cinco personas para legarles la cadena:
Horacio Bubamara (¡y no importa si estás leyendo un libro sobre Freud!)
Sandra Becerril (¿qué tal tu clase sobre Borges?)
Óscar Luviano (no tenemos una buena charla desde el video de La tigresa del Oriente...)
Toro Salvaje (ya se que tu estilo de blog es la poesía y con exclusividad, pero me atrevo a nombrarte heredero porque quiero saber qué lee el poeta)
Astilla (¿El sexto de Harry Potter, tal vez?).

Con este post me pasó algo que nunca me había pasado: tardé más en hipervincular que en escribir. Y como el trigo envicia a la burra, me despido con un último hipervínculo, uno que no tiene nada que ver con el tema tratado: Wonder boy, de Tenacious D.

17 febrero, 2007

Si alguna vez fui mala... lo aprendí de ti

La historia cristiana tiene, como base y columna vertebral, a un hombre extraordinario que vivió hace dos mil años. Este hombre incitaba a las personas a amar y a hacer el bien. No censuraba, no violentaba. Amaba, comprendía, perdonaba. Él mismo era su mejor ejemplo. Al margen (o no tanto) de esto, este hombre decía ser hijo de un dios único y absoluto. Muchas personas no le creyeron y lo condenaron a una muerte atroz.
La mitología católica (que es tan válida como cualquier otra) aporta un dato: este hombre decía la verdad. Este hombre era, en efecto, el hijo de Dios. Era Dios en hombre.
Hasta aquí, mis creencias.

Hace poco, el gobierno de Buenos Aires decretó que la educación sexual debe ser obligatoria en todas las escuelas. Luego de poner el grito en el infierno, la Iglesia Católica decidió armar su propio manual de educación sexual, al que llamó Educación para el amor. Según lo que difundieron los medios, este manual enseña que
* El divorcio está mal
* Hay que llegar virgen al matrimonio
* Hay que ser heterosexual
* Los métodos anticonceptivos son pecado
y una lista de esas cosas que no dejan nunca de sorprenderme.

Yo ignoro (por obvias razones de longevidad y demás detalles) cómo se vivía en el año cero de la era cristiana. Lo que sí se es que en el año dos mil siete existen cosas como el sexo con amor, el sexo sin amor, la esterilidad, los embarazos deseados, los embarazos no deseados, las violaciones, los abusos sexuales, los acosos sexuales, la heterosexualidad, la homosexualidad, la bisexualidad, la masturbación, la monogamia, la bigamia, las orgías, la virginidad, la promiscuidad, las relaciones sexuales ocasionales, el sida.
Al saber todo esto, que se le diga a los niños que usar preservativo es pecado y que Dios los castigará si lo hacen, ya no me parece una torpeza de ignorantes sino un claro crimen de lesa humanidad.
¿A quién dicen que representan? ¿Al hombre extraordinario de hace dos mil años? No puedo encontrar la similitud entre ama a tu prójimo y la castidad es divina.

Soy cristiana. Es decir, creo en el amor y en el respeto por la vida.
Es aquí donde nuestros caminos se separan. Buenas tardes, y que Dios los perdone.

14 febrero, 2007

John Wilmot: la canción primitiva

El otro día vi El libertino. Deduzco que los magnates del cine mundial están esperando que Johnny Depp muera de sobredosis de algo para, al fin, reconocerlo como uno de los grandes actores de hoy. Por el momento, lo condecoran con un par de felicitaciones en negro y el título de Hombre Más Sexy Del Mundo, título que encaja más con una comedia de enredos que con un documental realista.

El libertino trata de la vida de John Wilmot, segundo conde de Rochester, famoso por escandalizar a la corte del rey Carlos II con su actitud irreverente.
Wilmot nos cae mal así, de entrada. Digamos que no nos gustaría tenerlo de enemigo en batallas de espadas y, mucho menos, en batallas de palabras. Sin embargo terminamos colocándonos de su lado aún sabiendo que tampoco lo queremos como amigo.
¿Qué nos lleva a preferir sus artes, entonces?
Vamos a ubicarnos en ese tiempo: Inglaterra, año 1675. La diferencia entre pobres y ricos es insultante, mucho más (muchísimo más) que ahora. En una escena de la película, vemos a Wilmot tirado en el piso, borracho. Su madre lo mira con sobrio reproche y le dice
- Los humanos tienden a dejarse llevar por las debilidades de la carne. Nosotros, los nobles, debemos estar más allá de eso.
Y ahí encontré la clave de por qué Wilmot nos cae bien incluso cuando nos cae mal: ese hombre parecido al marqués de Sade es grosero, obsceno, irrespetuoso, escandaloso. Libertino. Y es el hombre más puro de la corte de Carlos II. No pureza como sinónimo de santidad, nada más lejos. Pureza como sinónimo de naturaleza primitiva, de naturalidad. Intuyo que si Wilmot viviera hoy no sería ni grosero ni obsceno ni irrespetuoso ni escandaloso: si lo fue en 1675 es porque necesitaba hacer algo que lo salvara de tanta impostura tan exagerada.

Necesitaba algo que le demostrara que su madre estaba equivocada, que los humanos somos humanos más alla de todo título.

11 febrero, 2007

El forastero

Para Horacio, quien comprobó que en mi comarca también se habla castellano.



El tercer día de la cosecha, el Gran Visir se acercó y me dijo
- Emperatriz, los campesinos están alborotados: un forastero llegó de la nada y los amenazó con colocar una bomba en sus aposentos (en los suyos de usted, Majestad) si no le dan cuatro sacos de avena.
Pedí que me llevaran hacia él de manera inmediata; conozco a los habitantes de mi comarca y los se capaces de aniquilar a cualquiera ante una mínima amenaza, así como también son capaces de una generosidad inverosímil si ese cualquiera demuestra ser digno de confianza.
El forastero resultó ser un hombre muy joven que contemplaba mis tierras con mirada inquieta. Noté que lo que más lo inquietaba eran los monos alados y feroces que custodian el reino desde arriba de las torres de mi morada. Cinco guardias de seguridad lo mantenían inmovilizado, con las manos en la espalda y las piernas dobladas. Debió percibir mi autoridad y mi negativa a cualquier tipo de violencia, porque apenas me vio dejó de resistirse y me preguntó, desesperado
- ¿Qué lugar es éste?
No había terminado su pregunta cuando cinco guardias más reforzaron su inmovilidad y diez monos alados bajaron para pararse entre el forastero y yo.
Yo sonreí.
- Tranquilos, el forastero habla castellano.
El malentendido pudo haber sido fatal: en mi reino hablamos castellano y duendingoza por igual. Lo malo de esto es que ambos idiomas son gramaticalmente idénticos pero con distinto significado: en duendingoza, "qué lugar es éste" significa "si no me dan cuatro sacos de avena haré estallar una molotov en los aposentos de la Emperatriz".

Llevé al forastero a beber café (no aceptó bebidas con alcohol) y el Gran Visir lo invitó conocer mi reino, que llega hasta donde llega la mirada. Un pastorcillo le cambió una oveja por un paraguas, y los lugareños realizaron una fiesta en su honor.
Cuando todo parecía ir por el mejor de los caminos, uno de mis monos alados le dijo
- Andáte ya mismo o te licúo los testículos
que en duendingoza significa "si usted lo desea, lo llevo a conocer la paradisíaca isla de acá a la vuelta".
No hubo manera de hacerle entender al forastero que todo se trataba de una confusión.
Puse a su disposición una carreta tirada por mis mejores bueyes y lo despedimos, invitándolo a regresar cuando quisiera. No creo que vaya a hacerlo.

Y le regalamos cuatro sacos de avena, por las dudas.

08 febrero, 2007

Entre esos tipos y yo hay algo personal

Oscar Wilde decía que también en la literatura tiene uno sus antepasados, lo mismo que en su propio linaje, más cercanos quizás muchos de ellos en tipo y temperamento, y desde luego con una influencia más perceptible.

Más de una vez me pasó que, leyendo un libro, uno de los personajes se destacaba de los demás, como si fuera tridimensional y saliera de su novela y dejara de ser personaje para pasar a ser persona.
Lo que viene a continuación es un estricto listado de algunos de esos personajes:

* Angélica de Sancé. Cortesana de Luis XIV, era una mujer extraordinaria para su época. Cuando a su marido, el conde de Peyrac, lo condenaron a la hoguera acusado de brujería (era alquimista), Angélica pasó de ser más rica que el mismo rey a la más miserable de las pobrezas. Luego de años de mendigar y robar amparada por los marginados de la famosa Corte de los Milagros, Angélica logró convertirse en una acaudalada comerciante y, más tarde, en una de las damas más respetadas de la Corte Real. Cuando estaba a punto de ser la amadísima amante del rey, alguien le dijo que su marido no murió en la hoguera, que el verdugo lo dejó escapar y que recientemente fue visto al otro lado del mundo. ¿Qué hizo Angélica? Abandonó todo eso que tanto lo costó conseguir y se fue por el mundo a buscar a su marido. La continuación de esta historia es muy larga e interesante, así que otro día me extiendo.

* Inspector Fumero. Nunca sentí tanto terror por un personaje como el que siento por el inspector Fumero. Y me aterroriza porque lo ficticio es el nombre, nada más: el mundo está lleno de hombres sádicos y poderosos como éste. Conocer su infancia no me ablanda: lo entiendo, pero no lo justifico. Nada de lo que hace Fumero es justificable. Nada de lo que hace Fumero es perdonable.

* Florentino Ariza. Es el Enamorado. Pasó cincuenta años amando a una mujer que ni siquiera se dignaba a saludarlo. En todas las mujeres veía a Ella. Florentino Ariza es lo más parecido a un paladín de la cursilería y, también, del amor incesante.

* Severus Snape. Es un villano extraño. Nunca se de qué lado está este hombre repleto de rencor y de ansias de grandeza. Cuando yo lo conocí, trabajaba como profesor del hijo de su peor enemigo. Con el paso de los años tuvo que ser, también, su protector. Situación difícil, la suya. Mi tendencia a creer siempre lo mejor me hace confiar en Snape pese a todo. Y hablo de un Todo muy grande, confuso y todavía inconcluso.

* Miss Jane Marple. Viejecita adorable, de pelo blanco y mejillas sonrosadas, es también el mejor detective amateur, superando, incluso, a muchos profesionales. Ella dice que la naturaleza humana es igual en cualquier sitio, y apoyándose en esa convicción termina siempre descubriendo quién es el asesino.

* Gualterio Malatesta. Es del bando de los malos, pero me gusta. Me gusta porque no es tan distinto a su rival, el capitán Alatriste: ambos son espadachines, ambos matan por dinero, ambos se odian. La diferencia es que mientras Alatriste no mata por placer, Malatesta mata por lo que sea. Su escritor lo definió diciendo que está tan acostumbrado a matar por la espalda que cuando por casualidad lo hace de frente se sume en profundas depresiones, porque imagina que está perdiendo facultades.

Las maneras de llegar a alguien son diversas y sorprendentes.
Lector o personaje, aquí te espero, con los sentidos bien dispuestos.

05 febrero, 2007

Yo no me sentaría en tu mesa

Hay un poema de Mario Benedetti que dice que todas las grietas son remediables, excepto la que media entre la maravilla del hombre y los desmaravilladores. Dice, también, que en ese caso debemos elegir de qué lado ponemos el pie.

Tal vez soy muy rústica, pero no puedo dejar de desconfiar de una persona que destroza lo ajeno para mostrar lo propio. Pienso ¿tan malo es lo que hace, que necesita desprestigiar a otros para elevar su propia obra?

¿Cuál es el motor primario de un desmaravillador? Deduzco que destruir lo ajeno. Pero ¿para qué? ¿Para jactarse de arruinar algo? No entiendo, juro que no entiendo.
Se me ocurre la siguiente situación: alguien admira a determinada persona. Ese Alguien quiere llegar a esa persona, quiere conmoverla, quiere ser parte de su mundo, quiere ser parte de eso que admira. Ese Alguien sabe o cree que esa persona está muy lejos de su alcance, y sabe o cree que para acercarse no sirven los elogios. ¿Qué queda por hacer, entonces? Insultar. Violentar. Destruir. Desmaravillar.
O, al menos, intentarlo.

Lo que los desmaravilladores ignoran es que desmaravillar es una tarea muy larga y difícil. Consume mucha energía y el resultado es estéril: en vez de buscar su propia maravilla, el desmaravillador intenta eliminar la impropia.
Puede que al principio su empresa tenga éxito. Otros desmaravilladores festejarán la destrucción. El maravillador, por fin, registrará la existencia de su villano.
Pero cuando la ruina deje de ser novedad, el desmaravillador se quedará más hueco que antes y el maravillador (que no por casualidad tiene semejante nombre) volverá a maravillar.
Lo que los desmaravilladores ignoran es que, en el fondo y a pesar de cualquier apariencia, todos amamos las maravillas y repudiamos a sus verdugos.

Los maravilladores construyen. Los desmaravilladores intentan destruir. Benedetti tiene razón: la grieta es irremediable.
De un lado de la grieta se respira bien. Los del otro lado, en cambio, respiran polvo de escombros.
Ya se de qué lado voy a poner mi pie.

02 febrero, 2007

El hombre de la estrella

Entré y bailé donde los ángeles temen pisar
(Gustavo Nápoli)


Escucho a La Renga, escucho esa canción que dice que si dos más dos diera tres nuestra suerte sería dichosa ya que los cornudos serían unicornios, y me río como cada vez que la oigo. Y me pongo a pensar en Gustavo Chizzo Nápoli, el rubio de garganta leonina que ruge desde adentro del equipo de música.

(Soy una persona obsesiva con las palabras: quién dice qué cosa y cómo lo dice; la persona que domina esa alquimia y me conmueve con ella, es recibida con honores en el corazón de mi reino plebeyo).

Las rebeldías cambian con las modas. Si en la era beatle usar pelo largo era ser rebelde, eso cambió: cualquiera usa pelo largo.
Ciertos rockeros buscan rebeldías para izarlas como banderas y el resultado, a veces, es tristísimo o muy divertido.
Pero volvamos a Nápoli. Mientras algunos colegas suyos persiguen cualquier modo erróneo de rebelión, Nápoli, con el perfil bajo típico de quien no tiene nada que demostrar, publica un libro de poemas.
Quiero decir: millones de tipos duros siguen creyendo que la Poesía es un ramillete de margaritas para ñoños, pero el rey león del rock argentino hace público un libro de poemas de su autoría. Un libro muy bueno, por si fuera poco.
Me río al detectar, por fin, una rebeldía certera.

Aunque tal vez Nápoli no lo hizo por rebeldía sino porque tuvo ganas de hacerlo y nada más.
Terca, argumento: hacer lo que uno quiere hacer es la única rebeldía que no pasa de moda.

La vastedad de mi reino (que incluye uno o dos paraísos) a cambio de un poco más del tuyo, rubio.