29 marzo, 2007

La discípula que percibe que no percibe

- Se trata de dos chinitos que no hablan - me advirtió Evelyn.
Mi incredulidad en semejante criterio cinematográfico me llevó a reir y a sentarme en mi silla a mirar, terca, Primavera, verano, otoño, invierno... y otra vez primavera.
Los dos chinos protagonistas casi no hablaron y los momentos intensos eran cuando salían de su islote en busca de hierbas medicinales.
En cierto modo, Evelyn tenía toda la razón.

Antes de continuar quiero hacer una aclaración que me avergüenza: no distingo lo chino de lo japonés. Para mí y visto superficialmente, las geishas, los samurais, Buda, el karate, el sushi, el ikebana, el harakiri, los supermercados que abundan en los barrios porteños y el origami son partes de un mismo todo: el oriente como antónimo.

Cuando miré Primavera..., así como cuando miré El viaje de Chihiro o El tigre y el dragón sentí que hay algo que yo, por mi calidad de occidental, no percibo. Entendí cada una de esas películas, mas algo se me escapa.
Y cuando leo un haiku, esa carencia de percepción se agranda. Dicen que un haiku es un poema de tres lineas en el que se cuenta lo que sucede aquí y ahora. Entonces, yo leo, por ejemplo

Un viejo estanque;
se zambulle una rana,
ruido de agua
(Matsuo Basho)

y juro que no percibo nada fascinante en esas palabras. Y estoy hablando de un tipo de poema que despierta, en mi mundo occidental, pasiones insospechadas.
Hay un cuento sufí:

El discípulo le pregunta al maestro:
- ¿Qué es la sabiduría?
El maestro le dice:
- ¿Qué ves ahí?
- Una montaña - contesta el aprendiz. El maestro se enfurece, lo insulta, le pega y lo echa.
Al día siguiente se encuentran en el mismo sitio.
- ¿Qué ves ahí? - vuelve a preguntar el maestro. El discípulo piensa; la respuesta "una montaña" ya fracasó. Sin embargo, decide ser fiel a lo que ve.
- Una montaña - contesta.
El maestro, esta vez, sonríe y aprueba la respuesta.

Creo que Oriente sabe algo que Occidente ignora. Un detalle en la percepción de las cosas, tal vez.
Pero de algo estoy segura: cuando leo un haiku, veo tres líneas de sencillez extrema y vacua.

Y veo eso aunque el maestro se enfurezca, me insulte, me pegue y me eche.
Y aunque nunca jamás apruebe mi respuesta.

26 marzo, 2007

Apología de la literatura y un poco de morbo

El querido Lagarto publicó, en un post de su blog, una lista que estaba hecha con los diez mejores comienzos de novela según la revista American Book Review.
Mi normal egocentrismo y mis ansias de lectura me llevaron a hurgar entre mis libros, a revolver literaturas hasta hallar mis principios de novela preferidos. La condición que me impuse fue que mis comienzos debían ser distintos a los de la revista del Lagarto; es por eso (y sólo por eso) que las palabras iniciales de Cien años de soledad no figurarán acá.
Seleccioné cinco, sin orden de preferencia:

* La oscuridad y la espera tienen el mismo color. (El tercer lado de los ojos, Giorgio Faletti).

* Las nubes eran catedrales negras, altas y góticas que de un momento a otro habrían de derrumbarse sobre Ginebra. (Las piadosas, Federico Andahazi).

* Al abrir la puerta de la gerencia, encristalada de vidrios japoneses, Erdosain quiso retroceder; comprendió que estaba perdido, pero ya era tarde. (Los siete locos, Roberto Arlt).

* Conocí a Bobby Callahan un lunes; el jueves ya había muerto. (C de Cadáver, Sue Grafton).

* - Nodriza - preguntó Angélica - ¿para qué mataba tantos niños Gil de Retz? (Angélica, Anne y Serge Golon).

Releyendo mi lista llegué a una conclusión: debo hacer ese bendito curso de periodismo criminalístico de una vez por todas.

24 marzo, 2007

Igual que el sabio

¿Y si fuera ella? (Alejandro Sanz)


Ayer me crucé con Calibán, un compañero del secundario. Hacía mucho que no nos veíamos.
Luego de hablar de las cosas de las que hablan dos personas cuando se encuentran (cómo estás, estás trabajando, estás estudiando), Calibán me preguntó por Sao, y agregó:
- Sao fue mi amor imposible... la vi y me quedé tildado.
Luego de un instante de sorpresa auténtica (Sao era una compañera nuestra que pertenecía a mi grupo de amigas, y nunca jamás sospeché que Calibán podía estar interesado en ella), le pregunté por Juno (la mujer fatal del curso que salía con Calibán en ese tiempo) y Calibán me contestó, para maximizar mi asombro:
- Nunca estuve realmente atraído por ella. En realidad, nunca estuve con una chica que me gustara de verdad. El otro día un amigo me dijo Calibán, lo que pasa es que vos tenés que probar, tenés que estar con una chica que no te interesa, tal vez después te enamorás de ella. Pero a mi me irrita que me diga eso. ¿Vos qué opinás?
Ay, Calibán, cómo te entiendo. Opino que lo que sea que sea el amor, no es eso. Y que me extraña que en una época en la que muchos se autodefinen como posmodernos (sea lo que sea la posmodernidad), esos mismos apuestan a un tipo de relación que tiene todas las características de los antiquísimos matrimonios por conveniencia: juntarse, soportarse, convivirse, y tal vez, con suerte, llegar a quererse. O acostumbrarse.

Supongamos que Calibán sucumbe y le hace caso a su amigo. Supongamos que Calibán cambia su soledad por una relación de color rosa pálido. Y que luego, años después, cuando su vida ya se acostumbró a ese simulacro siniestro, aparece Ella. Aparece Ella y tira por la borda toda su vida, esa que vivió bajo el lema Amor es Costumbre. Aparece Ella y no es tarde para cambiar, pero sabe que en la revolución va a correr mucha sangre. Y algunos se desmayan cuando ven sangre.
- ... ¿vos qué opinás, Gilda?
- Hay una canción de Sabina que dice paso de la falsa belleza igual que el sabio que no cambia París por su aldea. Yo opino que deberías hacer lo mismo.

Calibán sonrió, se echó al hombro sus pesados ideales y comenzó a caminar hacia su aldea.
Yo me quedé en la mía, pensando.

20 marzo, 2007

Raros, como encendidos

El ser humano dedica gran parte de su vida a intentar ser aceptado por otros seres humanos. Para lograr esa aceptación, el hombre realiza ciertas cosas que, supone y con razón, lo van a depositar dentro de los confortables límites de la normalidad. Algunas de esas cosas nacen con la misma vida del hombre y otras las va adquiriendo en el camino.
Por ejemplo, es normal tenerle miedo a la muerte, coleccionar estampillas, ver una comedia romántica y enamorarse de Jude Law, estudiar una carrera y anotarse en las materias que le corresponden, cantar somos los muchachos peronistas en una Unidad Básica Peronista.
Son cosas normales y me parece bien que lo sean.
Pero es acá donde me acuerdo de Spectre.

Amplío para quienes no vieron El gran pez: el protagonista de esa película inmensa, Edward Bloom, se va de viaje y llega a un pueblo encantador llamado Spectre. Es uno de esos pueblos de cercas blancas, mujeres con grandes vestidos y peinados prolijos, y tartas enfriandose en la ventana. Es un pueblo en el que todo es normal.
Hasta estallar.

La buena noticia es que la existencia de Spectre es imposible fuera del cine, la literatura o la imaginación: nadie soporta tanta llanura.
Tengo un amigo que le tiene miedo a una propaganda de detergente, se de un blogger que colecciona palabras que signifiquen mariposa, una vez vi una comedia romántica protagonizada por Jude Law y salí del cine enamorada para siempre de Jack Black, mi prima que es fanática de Harry Potter estudia abogacía y se anotó en la materia Arte y Defensa Judicial sólo porque le recordó a Defensa contra las artes oscuras, un conocido mío fabrica castillos inflables en una Unidad Básica Peronista que está en el piso de arriba de una veterinaria que antes era pizzería.

Todos somos raros.
Y cuando nos enteramos que podemos ser iguales pero jamás idénticos, cultivamos nuestras rarezas como si izáramos nuestra bandera.
Y que se joda el mar que quiera mecerte a su antojo.

16 marzo, 2007

Respira y respira y respira

Leyendo este post en este blog recordé que tengo que escribir una carta de amor. Es para un concurso.
Y aquí me estanco: quiero que sea verídica. Pienso que soy capaz de inventar un amor que me haga escribir desde las llamas, desde el cielo y desde la tierra. Soy capaz de crear esa ficción.
El inconveniente es que no quiero hacerlo.
Una vez escribí una carta de amor en formato poema. La escribí desde las llamas, desde los centros de mi propia existencia (Alejandro Sanz, txt), y me salió temperamental. Temperamental y verídica:


Amor, hoy me desperté con ganas de odiarte.

Volqué toda mi energía
en la búsqueda de argumentos
alimento para mi rencor.
Los hallé en un basurero ceniciento
y el hallazgo me cubrió de cenizas.
Hice un macabro ramillete de motivos
y se marchitó el florero en el que lo puse.

Pero que mi odio destruya todo
que me quite la belleza
que me deje sin pulmones
son detalles menores.
Lo trascendental es que ya puedo empezar a odiarte.

***

Lo que más bronca me da
es que se que sabés
que aunque mis argumentos sean imbatibles
poderosos, inalterables
siempre te voy a querer con un amor
más imbatible, poderoso e inalterable
que cualquier odio eventual.
Que siempre te voy a querer con un amor
que edifica sobre ruinas
que devuelve la hermosura perdida
que respira y respira y respira.

Muy en el fondo me tranquiliza y me honra
que confíes en mi amor
incluso los días que te odio.

14 marzo, 2007

De emboscadas y héroes

Imaginemos que se trata de una película sobre espadachines del siglo XVII: el protagonista camina de noche por la oscuridad de una calleja siniestra; sabe que no le conviene deambular por esos lados, con más razón si sólo tiene como protección su vieja espada. Aún así, avanza. Quizás no le queda otra opción.
Sucede de golpe y sin aviso: los enemigos salen de cualquier sitio (la copa de un árbol, la vuelta de la esquina, algún paredón inoportuno) y lo dejan atrapado en una perfecta emboscada. El protagonista ofrece resistencia. Su espada es vieja pero todavía puede ser, también, mortífera. Nuestro héroe se luce con alguna finta pintoresca y continúa camino con una herida algo profunda en el peor de los casos o sin un rasguño en el mejor.

Bien, no se trata de una película sobre espadachines.

Cuando tu capacidad para amar, tu capacidad para odiar, tu historia personal y tus lastres se unen para tenderte una emboscada, no existe espada que refute la derrota.
Y como si además alguien convocara al desconsuelo, en esa calleja siniestra no hay tiempo ni espacio para detalles pintorescos.

10 marzo, 2007

El aleteo

Se dice que el aleteo de una mariposa en Hong Kong puede desatar una tormenta en New York. Este concepto se conoce como Efecto mariposa. Dicho en criollo: cada acción, por mínima que sea o parezca, tiene su consecuencia. Esta consecuencia, a su vez, acciona otra consecuencia y así podemos seguir hasta que el mundo llegue a su fin.

Hace poco más de una década, en la época en que yo contaba con doce o trece años, se me antojó leer a Neruda. Quería leer poesía y Neruda era el poeta más famoso en mi entonces.
Por esos días, una editorial sacó a la venta una serie de clásicos literarios a un precio muy accesible, a razón de uno por semana. Para tentar más a los lectores, la editorial agregó un detalle: comprando el primer libro de la colección, el segundo era gratis.
El primer libro era Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Neruda.

En un par de días terminé el poemario nerudense, que me pareció muy lindo, muy romántico. Pero yo quería seguir leyendo (es desde esa época, más o menos, que leo sin parar, a veces dos o tres libros a la vez; fueron muy pocas las veces que finalicé un libro sin tener otro a mano). Quería seguir leyendo y recordé, casi como al pasar, que junto al libro de Neruda me había venido otro. Una novela, parecía. Lo busqué, lo encontré, y leí el título:

Cien años de soledad - Gabriel García Márquez

Una semana más tarde daba vuelta la última hoja sin saber que esa novela era el principio de algo determinante para mí. Es decir: en ese momento sentí que acababa de leer un libro inmenso y que quería seguir leyendo algo, lo que fuera, de ese mismo autor o de otro, pero seguir leyendo, llenarme de palabras. Sentí algo que era saciedad y sed al mismo tiempo.
Lo que ignoraba era que esa saciedad y esa sed me iban a llevar, con el tiempo, a necesitar escribir así como necesitaba leer. Escribir no sólo como catarsis sino también como modo de creación.
Ahora lo se.
Lo que no se es qué consecuencias tendrá este aleteo, este de ahora.

Dentro de diez años, tal vez.

06 marzo, 2007

Donde el barro se subleva

Hace unos días llovió mucho y muy fuerte, y la calle era puro barro.

La película que vi se llama La dama en el agua: cuenta que en el pasado, los seres de la tierra vivían en conjunto y armonía con los seres del agua. Eso se fue destruyendo con el tiempo. Ahora, los acuáticos intentan acercarse a los terrestres para reiniciar esa unión.
En la película vemos cómo una mágica ninfa del agua, una especie de sirena con piernas en lugar de cola de pez sube a tierra para darle un mensaje a determinado terrestre: ese terrestre escribirá un libro, y ese libro generará cambios muy buenos para el mundo; ella, la ninfa, será la musa de semejante obra literaria.
Pero los malos de la historia tienen la misión de matar a la angélica e indefensa sirena mensajera, y es acá donde los terrestres elegidos deben descubrir el modo de salvarle la vida.

La dama en el agua habla de la búsqueda de nuestra identidad más allá de toda apariencia, de utopías en épocas de desesperación, de uniones entre extraños, de uniones impensadas y salvadoras, de uniones como forma de luchar contra lo que divididos nos destruiría.

Hace unos días llovió mucho y muy fuerte, y la calle era puro barro: la tierra y el agua se unieron otra vez.
En algún lado, alguien está haciendo algo para mejorar el mundo.

03 marzo, 2007

Algún día verás que me voy a morir... amándote, amándote, amándote

"... poco a poco fue aprendiendo a vigilarlo como lo hacen quienes lo conocen mejor, sin mirarlo siquiera pero sin poder olvidarlo ni siquiera en el sueño" (Gabriel García Márquez)
Llegué a la casa de mi abuela y toqué el timbre. Mientras esperaba que viniera a abrirme, observé que J y H estaban en la puerta lavando el auto. (J es la hija y H es el hijo de los vecinos de al lado; toda esa familia es hermosa con hermosura induscutible. Bueno, toda hermosura es discutible, pero creo que se entiende lo que quiero decir. J debe tener veintidós años, y H, dieciocho).
En ese instante dos chicas pasaron por al lado suyo, indiferentes, distantes. Noté la rigidez de los brazos de ambas, y me dije a mí misma
- Apuesto mi reino: sólo pasan por ahí para ver al hermoso H.
Cuando pasaron junto a mí, escuché que una le susurraba a la otra
- ... ¿y ésa es la hermana?
Sonreí y entré a la casa de mi abuela.
No me cabe la menor duda: esas chicas deben tener un inventario extraordinario de detalles de la vida y obra del hermoso H. Si les pregunto, seguramente saben contestarme qué día cumple años, dónde fue a bailar el último sábado, cuántas materias se llevó a Marzo, cómo se llama su perro, dónde vive su mejor amigo. El hermoso H, por su parte, va por la vida ignorante de que cada cosa que hace es una pista en la minuciosa investigación color rosa de la que es objeto y protagonista.
Existe la remota posibilidad de que dentro de unos años el hermoso H se enamore de una de estas chicas, y no recuerde en absoluto la época en que Ella pasaba por la puerta de su casa sólo para verlo. Ella sí lo recordará con nostalgia simpática mientras le dice que no, que lo suyo no puede ser, que ama profundamente al hijo del yesero.
La posibilidad es remota, pero latente. Y algo injusta.
Lector, tené por seguro: alguien ajeno a tus sospechas hace rimas con tu nombre.
Y suspira.