29 junio, 2008

Todos los hombres posibles

Los dioses le habían concedido, en su juventud y sin que él lo pidiera, el dudoso beneficio de la inmortalidad.
Al principio entró en una nube de euforia omnipotente que no carecía de lógica, ya que el no morir le permitía realizar ilimitadas hazañas; así fue como, con el correr de los años, se propuso convertirse en todos los hombres posibles. Fue emperador, juez, ermitaño, sabio, mercader, cortesano de Luis XIV, domador de leones, encantador de serpientes, guerrero, trovador, en ocasiones casi santo, muchas veces demonio consumado. Conquistó la felicidad suprema y padeció todo tipo de desdichas.

El problema fue el tiempo. El tiempo, que seguía corriendo sin que a él le afectara. Cuando él ya había sido todos los hombres posibles, la ausencia de la propia muerte se le antojó una manifestación del infierno: ya no quedaba nada por hacer, y sin embargo él seguía allí, arrastrando su existencia. A medida que pasaban los siglos, la vida se transformaba en una continuidad incorruptible de domingos lluviosos y puertas cerradas.
Un día en que se sentía particularmente hueco, la Muerte lo visitó. Lo miró con rencor y le dijo:
- Sos la prueba de mi imperfección. Pero decime: ¿cómo es tu vida?
- Irremediable – contestó él, contemplándola con deseo desesperado.
La Muerte sonrió, aliviada.
- Entonces mi trabajo ya está hecho – sentenció, mientras desaparecía despacio y para siempre.

24 junio, 2008

Un tigre negro en el desierto

La terraza era, también, un desierto.
Yo estaba parada contra una de las paredes, mirando y disfrutando de la inmensidad del paisaje. No me agobiaba tanto sitio abierto, tanta arena sin mar; ahí debí sospechar. La naturalidad que reina en un ambiente erróneo es un síntoma inequívoco de caos o tragedia. Las terrazas no suelen ser, también, desiertos.
El tigre avanzaba despacio, tan despacio y tan lejano que al principio no noté su condición. Yo no sentía miedo, me gustan los tigres. Los tigres y los leones, mucho más que los gatos. Pasaron los minutos y pude ver que el animal de mi geografía era negro. No, perdón, no era negro: estaba negro. Y no es que fuera flaco: estaba famélico. Muy hambriento, recuerdo que pensé. Y estaba negro porque había sido incinerado. Abrasado, calcinado. Y sin embargo avanzaba, tenaz en su supervivencia. Avanzaba tenaz, calcinado y hambriento, y avanzaba hacia mí.
La huída se me reveló como única solución un instante antes de que el tigre me tocara con sus garras. Bajé las escaleras y en cuanto llegué al suelo, el tigre levantó vuelo y desapareció.

Ahora tengo miedo de volver a dormirme y comprobar que el tigre sigue ahí, al acecho, festejando mis victorias en las batallas que peleo contra el insomnio.

19 junio, 2008

La estrella dorada

Si alguien me preguntaba cuándo nació mi fervor por la palabra escrita, yo contestaba que a los trece años, al leer por primera vez Cien años de soledad.
- No, Gilda, fue mucho antes. ¿No te acordás de la estrella dorada? - me dijo mi mamá. Yo pensé que es imposible que a los trece años exista un mucho antes, y le dije que no sabía de qué me estaba hablando. Mi mamá sacó de su guarida mi viejo cuaderno de primer grado de escuela primaria, y me hizo buscar la estrella dorada que la señorita Alicia me había puesto por un trabajo de narración: ella nos había contado un cuento titulado Negrito y Espuma, y luego nosotros tuvimos que narrarlo por escrito con nuestras propias palabras. Yo escribí:

"Aunque se conocian de potrillitos les daba verguenza acercarse: creian que por ser de distinto color no podian ser amigos. Entonces los dos tuvieron la misma idea, pintarse del color del otro. Pero no se reconocieron hasta que la lluvia los lavo y se encontraron bajo un techito los dos chorreando pintura. Por fin se saludaron.
Al tiempo se casaron y tuvieron un hijito todo negro como el padre con una hermosa estrella blanca como la madre".

Yo tenía seis años, cuatro meses y doce días. Ahora no sé si alegrarme al ver que a lo seis años escribía como ahora, acento más, acento menos, o desesperarme al ver que ahora sigo escribiendo como a los seis años.
- ¿Estás segura de que vos no me ayudaste? - le pregunté a mi mamá.
- Segurísima. Viniste a casa con la estrella dorada. Alicia le ponía la estrella dorada a los trabajos que consideraba fuera de lo común. Me dijo que de grande ibas a ser escritora.

Nunca fui una alumna modelo. Siempre tiré a lo mediocre (acá debo decir que la mediocridad está subestimada: teniendo en cuenta que un ser humano no puede ser cien por ciento genio, la mediocridad es bastante aceptable en esos casos en que la perfección no está a nuestro alcance. ¿O prefieren el fracaso absoluto?). Mis conocimientos de matemática eran básicos, aprobaba geografía cuando estudiaba los mapas de memoria, y mi dominio del inglés se limitaba (se limita) a traducir a la perfección la oración the pencil is blue. Pasaba las tardes de verano cortando hojas y flores en trozos minúsculos para ahorrarle el trabajo a las hormigas, y en las tardes de invierno jugaba a ser Susana Giménez.
Volví a leer la historia de Negrito y Espuma. Acerqué mi boca a la estrella dorada pegada en el cuaderno y le susurré
- ¿Sos, acaso, mi estrella guía?
Todavía no me contestó.

16 junio, 2008

Cautiverio

Hoy, al despertarme, vi que un murciélago aleteaba con desesperación, atrapado en las redes del cazador de sueños que tengo al lado de la ventana. Con más pena que asco y con más asco que miedo, me acerqué dispuesta a ayudarlo. El bicho se lastimaba de tanto luchar.
- Pero no me muerdas, que no soy tu sacrificio humano – le advertí. Le desenredé las alas y en cuanto conquistó la libertad, el murciélago regresó a su asombrosa y original condición de mariposa colorida y luminosa. Mariposeó un rato a mi alrededor y luego salió por la ventana, feliz porque a pesar de que el cautiverio puede causar verdaderos estragos en los espíritus brillantes, ella todavía estaba a tiempo.

13 junio, 2008

Variables

No el invierno con su esgrima de humo en punta,
la uva líquida que se pega a mis labios húmedos como lacre escarlta,
la madrugada en lo más hondo de su pozo,
la guitarra que suena intensa a mi lado
y sin embargo no entiendo lo que me dice,
las pasiones que en otros son lava necesaria y a mí no me conmueven,
el fuego que llevo conmigo para que nunca me falte,
el pasado que a veces viene a recordarme por qué no olvido,
el gato negro que se cruzó y no fue mal presagio
sino sólo un gato negro,
el nombre de hombre que anoche huyó de su sepultura
y con forma de viento me despeinó y me hizo temblar,
la víspera y el día después con sus distintas perspectivas,
no.

Nada de ésto perdurará.
Es decir, todo cumple su ciclo
todo late a su ritmo y con su forma
pero nada de ésto será vital mañana.

Mañana vos y yo seremos tangibles
elegiremos serlo
y todo lo demás será poco creíble.

09 junio, 2008

Yo te cuento


Con sonrosado placer anuncio que mi texto Sombras chinescas fue seleccionado para formar parte de la antología Ronda de cuentos, de Editorial Dunken.
Ronda de cuentos es, como habrán conjeturado, una antología de cuentos de diversos escritores. De más está decir que para mí es un orgullo formar parte de este libro, y que de acá a un mes me dedicaré a alimentar mi ansiedad y a vivir los días en cuenta regresiva, ya que la presentación es el jueves 10 de julio.

Felicitaciones para mí, y apapachos para todos.

06 junio, 2008

El amigo estoico

Aquiles tenía un amigo fiel. Si había un velorio, el amigo era el primero en consolar a los presentes, en servir café y en llorar junto al cajón. Si la heladera se descomponía, ahí estaba el amigo con su caja de herramientas. Aquiles recordaba que su familia siempre le decía los verdaderos amigos se ven en las malas, así que Aquiles se sentía afortunado.
Sin embargo, el amigo estoico que acudía presuroso ante la más mínima sospecha de desgracia, nunca daba acto de presencia en los momentos de celebración. Cuando Aquiles salió campeón con el equipo de fútbol del club de barrio, cuando le dieron el diploma al finalizar su carrera, cuando nació su hijo, el amigo tuvo otras cosas que hacer. No fui a tu cumpleaños porque mi vecino necesitaba que alguien fuera a comprarle aspirinas, argumentaba. No pude brindar por tu nuevo puesto de trabajo porque a otro amigo se le quemó la lamparita, justificaba. Y Aquiles comprendía.

El día más glorioso de su vida, Aquiles organizó una fiesta. Torta, champán y gente querida. Pero el amigo nunca atravesó la puerta de entrada, y a la hora del brindis su copa seguía intacta. Trémulo y opaco, Aquiles entendió que la vida, al menos la suya, es velorio y carnaval, y sin ese equilibrio el mundo cae en la nada. El universo abunda en socorristas y carece de personas que acompañen la felicidad del otro, pensó Aquiles, envenenado de dolor.
Mientras el amigo estoico apagaba incendios tal vez provocados por él mismo, Aquiles se introdujo en el solitario sendero del festejo, oyendo el eco de sus pasos y sintiendo en su pecho el aullido del vacío.

02 junio, 2008

Los extraterrestres de Hollywood

Muchas veces atribuimos al demonio ciertas cosas que no entendemos, sin pensar que pueden ser cosas que no entendemos de Dios (Gabriel García Márquez).

Hollywood está obsesionado con los extraterrestres. En la película más inoportuna aparecen seres de otros planetas, largos, delgados, absurdos y de piel blanquecina. En la última entrega de Indiana Jones, los espectadores nos enteramos de que las maravillas de Perú no pudieron haber sido obra de manos humanas, y ahí no más aparecen los bichos esos. Aunque en este caso no debería sorprenderme, ya que lo que Estados Unidos no entiende, se lo atribuye a los extraterrestres: Estados Unidos no puede concebir la idea de que fuera de su territorio exista la grandeza. Es decir, si en Perú existen exquisiteces arqueológicas y demás, los extraterrestres, seguro seguro, tienen algo que ver.
Claro que llega un momento en que Hollywood tiene que aceptar que en el resto del mundo también hay historia y geografía y arte y vida. Y cuando por fin lo acepta, ¿qué es lo que hace? Una remake. Las remakes son la prueba tangible de que el humano no tolera el éxito ajeno. Ejemplo: a Alejandro Amenábar se le ocurre una película grandiosa llamada Abre tus ojos. El protagonista es Eduarno Noriega. Hollywood capta la excelencia de la película española, y entonces le dice a Tom Cruise nosotros podemos hacerlo mejor. Y lo hacen. Pero no mejor. Una remake nunca es mejor. La copia nunca es superior al original.
Que Hollywood le siga metiendo extraterrestres a su falta de entendimiento y a su nula tolerancia, si así lo desea. Pero despabílate, amor: también hay vida en este planeta.