Todos los hombres posibles
Los dioses le habían concedido, en su juventud y sin que él lo pidiera, el dudoso beneficio de la inmortalidad.
Al principio entró en una nube de euforia omnipotente que no carecía de lógica, ya que el no morir le permitía realizar ilimitadas hazañas; así fue como, con el correr de los años, se propuso convertirse en todos los hombres posibles. Fue emperador, juez, ermitaño, sabio, mercader, cortesano de Luis XIV, domador de leones, encantador de serpientes, guerrero, trovador, en ocasiones casi santo, muchas veces demonio consumado. Conquistó la felicidad suprema y padeció todo tipo de desdichas.
Un día en que se sentía particularmente hueco, la Muerte lo visitó. Lo miró con rencor y le dijo:
- Sos la prueba de mi imperfección. Pero decime: ¿cómo es tu vida?
- Irremediable – contestó él, contemplándola con deseo desesperado.
La Muerte sonrió, aliviada.
- Entonces mi trabajo ya está hecho – sentenció, mientras desaparecía despacio y para siempre.