28 diciembre, 2008

Put your lights on

Hay un chiste viejo: un borracho (o un hombre no-borracho, según las distintas versiones) busca su billetera en el suelo, en medio de la calle. Busca, busca y no encuentra. Otro hombre, que lo estaba observando, le dice oiga, ¿seguro que lo que busca se la cayó por acá? Porque hace rato que está buscando y no encuentra nada. Y el borracho (o el no-borracho) le contesta no, la billetera se me cayó en la otra cuadra, pero la busco acá porque acá hay más luz.

Y yo te observo, y te percibo apagado. Y no es casual que haya dicho apagado para definir tu estado. La primera vez que te vi pensé que no eras terrestre sino solar; las veces siguientes, al conocerte más y mejor, lo confirmé. Por eso ahora te veo apagado. No triste, no angustiado, no enojado. Apagado. Apagado y desorientado. Y tu apagón, como te darás cuenta, o tal vez no, me afecta. Porque sos solar como me gusta a mí, sol en invierno. No este insoportable sol navideño, ¿entendés? Claro que entendés, si estás adentro tuyo, y estás apagado. O no tan luminoso, si preferís; ya sé que tiendo a usar las palabras como si lanzara una estocada. Me suavizo, entonces: estás no tan luminoso. Y repito, como si se tratara de un mantra: encendé tu luz, encendé tu luz, encendé tu luz.
Porque me resulta inconcebible que un ser solar termine buscando allá aquello que dejó caer aquí, sólo porque allá lo ilumina sin opción un estrépito de neón y acá, en cambio, lo perturba la luz de las velas que proyectan sombras chinescas en la pared.

22 diciembre, 2008

El invento perfecto

Apenas lo vio supo que era el invento perfecto, al menos para su vida, tan solitaria y triste. Un robot con apariencia de mujer, diseñado para satisfacer las necesidades básicas de todo hombre.
Se lo enviaron a su casa, en una caja de madera. Se llamaba Rose y tenía cabello negro. Cada tanto preguntaba cosas como ¿qué tal estuvo tu día? y ¿quieres chuletas o frijoles? Debatía sobre política pero sin entrar en discusiones, bañaba al perro una vez por semana, alquilaba películas de acción y hacía el amor de una manera casi humana. Él se sentía querido, cuidado y acompañado.
Una tarde de lluvia, el perro orinó las cortinas del living. Con su calma característica, Rose tomó un cuchillo, degolló al animal y a continuación limpió sangre y orina. Él presenció la escena y, tras el estupor inicial, se encogió de hombros. Después de todo, pensó, no existe la mujer perfecta.



(Estreno sitio web; quien quiera pasar, puede entrar por aquí).

16 diciembre, 2008

Primitivo ramo de orquídeas

Hoy es un día feliz. Acaba de salir a la venta Primitivo ramo de orquídeas, mi primer libro de cuentos, editado por Libros En Red. En él reúno cuarenta y ocho cuentos; algunos fueron publicados aquí, en El arcángel mirón, y otros son inéditos. Bueno, inéditos hasta ahora.
El libro se puede conseguir en tres versiones: LIT, PDF (que son las versiones que ya están disponibles) y POD (impresión bajo demanda), para la que hay que esperar un par de semanas.
Quien quiera adquirir Primitivo ramo de orquídeas en cualquiera de sus versiones, o quien quiera curiosear, puede entrar aquí.

La maravillosa imagen de portada es obra de mi queridísimo Albert Buendía.

Gracias por estar, siempre.

14 diciembre, 2008

¡Tengo un clon!

Al igual que Murilo Benicio en aquella famosa novela brasilera, tengo un clon. Pero en mi caso no es un clon de mi persona, no es que existe una mujer miope, con rulos castaños, un metro cincuenta y seis de estatura, pies de cenicienta ni, en fin, una belleza incandescente idéntica idéntica idéntica a la mía. En mi caso, lo que clonaron fueron mis palabras, cosa curiosa si las hay, porque es sabido que las palabras nunca son las mismas. Quiero decir, tal vez para mí la palabra gris significa lluvia y para vos significa llanura, y la palabra fuego se me asemeja a vida y a vos se te asemeja a fósforo, y así podría seguir. Entonces, que haya un clon de mis palabras es extraño, incluso estéril, pero en fin.
Así que ya saben: si andan por ahí y creen verme en otro lugar, por ejemplo aquí, no se molesten, no soy yo. Yo, Gilda Manso, estoy aquí, en El arcángel mirón de siempre, y si me mudo o me multiplico, prometo avisar. Estoy aquí y en todo lugar donde se reconozca mi individualidad.
Lo demás, pura espuma.

09 diciembre, 2008

Peras al olmo

Fulano me habló de una conversación que tuvo con Mengano; resulta que Mengano dijo algo que hirió a Fulano, y yo me indigné: adoro a Fulano. Entonces, para consolarlo y porque de verdad lo creí así, le dije
-Lo que te dijo Mengano es algo totalmente subjetivo.
Luego me di cuenta de que había dicho una obviedad, porque Mengano es un sujeto y, por lo tanto, sus opiniones serán, siempre, subjetivas. Si fuera un objeto sería otro cantar. Pero hasta donde yo sé, los ladrillos, las lámparas y las regaderas no opinan; por lo tanto, toda opinión es subjetiva.

Separemos hechos de opiniones. Si Mengano me dice estás usando una remera rayada, es un hecho. Estoy usando una remera rayada, y eso es irrefutable. Si Mengano me dice esa remera rayada te queda mal, o esa remera rayada te queda bien, es una opinión. Y toda opinión es refutable, porque no se basa en hechos sino en pareceres. Y ahí entro yo.
Si Mengano me dice esa remera rayada te queda mal, y yo le creo, tranformo su opinión en un hecho. Si me dice esa remera rayada te queda bien, y yo le creo, el hecho será que me queda bien.

Nadie puede lastimarme y nadie puede hacerme sentir bien, excepto si yo se lo permito. El poder que Mengano tiene sobre mi vida es aquel que yo le otorgo.

Esto, claro está, es sólo mi opinión.

04 diciembre, 2008

Tres gatos muertos

Aunque no podía explicarlo de una manera clara, Verónica sabía que si una cosa sucede una vez, se trata de un hecho aislado; si sucede dos veces, ya es tendencia. Y los gatos muertos eran tres.
Habían aparecido en el medio de la calle, frente a la casa de rejas blancas, la que estaba al lado del almacén del barrio. Uno el martes, otro el miércoles, otro el jueves, con la innegable rigidez de la muerte. Los autos los esquivaban como podían, hasta que Verónica reprimía el asco y la pena y los corría hacia la zanja, mirando de reojo la casa de rejas blancas, porque Verónica no creía en las casualidades.
En esa casa pasaba algo raro, Verónica lo percibía. Demasiado silencio siempre, demasiada quietud. Todos en la cuadra sabían que la casa estaba habitada por una pareja con dos hijos pequeños, y nadie sabía nada más.
- ¿Y qué se supone que vas a hacer, Verónica? ¿Tocarles el timbre y preguntarles por los gatos muertos? Ni se te ocurra, ¿me escuchaste?
El padre de Verónica habló claro y Verónica, niña obediente, le ofreció un dócil sí papá, y luego salió a la vereda, cruzó la calle y no tocó el timbre de la casa extraña sino que se trepó a las rejas y saltó al interior con la impunidad que creía que le otorgaba el tener doce años, en busca de las respuestas al misterio de los gatos muertos. Y adentro no halló gatos muertos ni vivos, pero encontró a los hijos de los dueños de la casa atados a la cama, quemados, cortados, y mudos de espanto. Y encontró un teléfono y llamó a su padre, y le dijo que llame a la policía antes de que los padres de los nenes volvieran del trabajo.
Y mientras la policía y los canales de televisión se ocupaban del caso del día, Verónica vio cómo el almacenero, escondido tras el escudo del tumulto, le agregaba un polvillo innecesario y por lo tanto sospechoso a un plato de leche que, instantes después, le ofrecería a un gato que esperaba con relamida ansiedad. Entonces Verónica se resignó a ser heroína no como hecho aislado sino como tendencia, y llamó a un policía que estaba cerca suyo, y le dijo que el almacenero era un asesino de gatos, y que lo que sucede tres veces sucede cuatro, y que los gatos muertos eran tres.