27 abril, 2008

El escarabajo

El mismo día que el médico me ordenó hacerme una radiografía para descartar una neumonía, un egipcio me regaló un escarabajo.
- Trae suerte - me dijo en su castellano aegipciado. El escarabajo no era un escarabajo vivo, tampoco muerto. Era un dije plateado con forma de escarabajo.
Esa tarde fui al médico; mi pecho, mi espalda y mi garganta no daban para más. El cuerpo me dolía como si me hubiesen desmembrado y vuento a armar a los apurones.
- ¿Sos asmática? ¿Tuviste problemas respiratorios alguna vez? - me preguntó el doctor con un tono que pretendía ser tranquilizador, y que lo único que hacía era acrecentar mi tendencia a la hipocondría. Le contesté que no con lo que me quedaba de voz, y entonces me ordenó una radiografía. La palabra neumonía me contemplaba, jocosa, mientras el radiólogo hacía su trabajo.
- Es bronquitis con broncoespasmos. Te voy a dar un antibiótico, un jarabe antitusivo y vas a tener que hacerte nebulizaciones - dictaminó el doctor luego de mirar la placa, provocándome un suspiro de alivio. No es que se tratara de una fiesta a la orilla del mar, pero la palabra neumonía se marchó con los pulmones entre las patas.

El escarabajo lo dejé a mano. No me atrevo a cuestionar su poder en asuntos de fortuna.

23 abril, 2008

Bodas de plata

Hoy es el Día Mundial del Libro.
Es, también, mi cumpleaños.

Me gustan esos guiños del destino.

19 abril, 2008

El mundo ahumado

Sin que nadie pudiera preverlo, un día el mundo se llenó de humo. Había humo en todas partes. Era un humo blanco y denso, como niebla grasosa y hedionda. El humo no estaba sólo en las calles sino también en las casas, en las habitaciones cerradas, en las oficinas, en los lavarropas, en los ojos, en las gargantas. Su capacidad invasiva asustaba, ya que los habitantes del mundo no sabían cómo detenerlo.
- Bah, como si el mundo fuera normalmente un derroche de nitidez - se burló un cínico, pero nadie lo escuchó, porque entre tanto humo no había lugar para el cinismo. Los criminales asmáticos creyeron que les había llegado la hora de rendir cuentas, y los asmáticos inocentes se preguntaban qué habían hecho para mercer eso. Un optimista intentó leer señales de humo, pero pronto comprendió que necesitaría toda la eternidad para decodificar semejante mensaje.

Pasaron los días y la total humareda se volvió más inverosímil y más insoportable. Alguien comentó que el humo no era más que una jugarreta política, y nadie lo puso en duda: a esas alturas se precisaba un culpable y, después de todo, el mundo normal nunca fue un derroche de nitidez.
Poco a poco la gente se fue acostumbrando a percibir las cosas privilegiando el tacto, el oído y la intuición. El olfato, que es el sentido con más memoria, se devaluó buscamente, y los habitantes del mundo pronto empezaron a olvidar cómo eran las cosas antes de que todo oliera a chamusquina.

13 abril, 2008

Preguntas equivocadas

Iván Noble compuso una canción que dice será que alguien dejó, por error, su pesadilla en mi almohada, o debo estar haciendo las preguntas equivocadas. Y cada vez que la escucho me acuerdo de un cuento muy famoso y muy bueno de Chesterton llamado El hombre invisible. En el cuento ocurre un crimen y no pueden descubrir al criminal: no hay huellas, nadie entró ni salió del edificio, nada extraño sucedió. Pero la verdad es que sí hubo alguien que entró al edificio, cometió el crimen y luego se fue por donde vino. ¿Cómo no lo notaron? Porque los habitantes del lugar estaban acostumbrados a su presencia; el criminal era el cartero. Nadie pone su atención en aquello que se conoce de memoria. El investigador buscaba a una persona extraña, ajena, sospechosa, y el criminal no era nada de eso. El investigador hacía preguntas equivocadas.

Y a veces me descubro haciendo lo mismo. A menudo observo lo que me rodea y no entiendo cómo cierto fracaso fue posible, o cómo un buen augurio se transformó en arena movediza. Y es que la arena movediza nunca pretendió ser otra cosa, y ahí estuvo mi error.
Y otras veces es al revés, ya que no voy a permitirme la arrogancia de pensar que soy la única en mi mundo que se equivoca: otras veces soy un sapo correcto, y el equivocado es el pozo.

Una regla del periodismo es preguntar hasta que el entrevistado responda. Si el entrevistado busca un atajo para huir, el periodista debe insistir. Así que voy a preguntar y repreguntar hasta que deje de equivocarme, y voy a preguntar y repreguntar hasta que la vida me conteste en serio y mirándome a los ojos.

10 abril, 2008

Profesión de riesgo

Había sido un día duro. El cazafantasmas llegó a su casa luego de una jornada laboral intensa, y en cuanto abrió la puerta recordó que su mujer no quería perdonarlo, que su hijo no le hablaba, que su padre estaba enfermo y que al día siguiente sería el primer aniversario de la muerte de su madre.
El cazafantasmas se dejó caer en un sillón y se tomó cinco minutos antes de empezar a trabajar horas extras.

05 abril, 2008

Clítoris

Cuando era adolescente leí Flor del desierto, la autobiografía novelada de una modelo africana. En el libro, su autora cuenta que cuando tuvo su primera menstruación, la llevaron al desierto y le cortaron el clítoris. Cuenta, también, que esto se les hace a todas las mujeres de su pueblo. La autora lo narró de una manera muy clara, para que se entienda: era una niña que estaba llegando a la adolescencia, la llevaron al desierto, le metieron una navaja en la vagina, le rebanaron el clítoris y la dejaron ahí, sola, para que sane y/o muera. Bueno, no murió. Creció como pudo, se fue del país y se dedicó a la carrera de modelo. Y escribió su autobiografía, en la que, además de esa anécdota, cuenta cómo un amigo de su padre la violó cuando era aún más chica, y cómo las mujeres no tenían ni voz ni voto.
Ahora voy a entrar en el terreno de las conjeturas, ya que no recuerdo qué excusas dieron los que le arrancaron el clítoris a esa mujer y a todas las otras mujeres como ella. Supongo que una sociedad que tiene como norma hacer todo lo posible para que las mujeres no sientan placer sexual, es una sociedad que está dispuesta a apedrear a una mujer ante la más mínima sospecha de infidelidad: si a una mujer le gusta el sexo, su marido corre el riesgo de que ésta se vaya con otro, o tenga sexo con otro. Esa sociedad piensa que debe evitar eso. ¿Qué hace esa sociedad, entonces? Impide que las mujeres sientan placer. Les rebanan el clítoris.

Hace un tiempo hablé de este tema con una persona. Le comenté esto que acabo de comentar. Esta persona me respondió que había oído hablar del asunto, pero que no lo veía tan trágico, que se trataba de una cuestión cultural, y que las mismas mujeres africanas estaban de acuerdo con esa práctica. A ver, comer doce uvas en Año Nuevo es una cuestión cultural; una mutilación es una mutilación, y nada menos.

Cada se humano construye su vida alrededor de lo que le da placer. A mí me da placer escribir, de modo que la escritura y la lectura son variables imprescindibles en mi vida, en mi pasado y en mi destino. Estudié periodismo porque me proporcionaba una coartada para escribir. Me gustan las personas que leen. Como ven, mi placer me define. Mi placer me dice quién soy.
Si a una persona se le quita la posibilidad de sentir placer, sea sexual o no, se le quita, también, la identidad. Esa persona no sabe quién es, y no sabe qué quiere. Por supuesto que algunas mujeres sin clítoris van a estar de acuerdo con la práctica incesante de esa imperdonable mutilación, puesto que no pueden sentir placer, y por lo tanto no saben quiénes son y qué quieren de verdad.

Y esta vez dejo acá. Nunca encuentro un final para este tema.

01 abril, 2008

Barniz para alas en el viejo almacén

Yo vivo en la esquina de las calles J y S. A una cuadra de mi casa, en la esquina de J y T, existía el imponente almacén de Héctor. Era el almacén del barrio, y era imponente porque era imponente. Enorme. Demasiado para un simple almacén. El piso era de madera vencida, la iluminación consistía en una lamparita débil y lejana, y un gato se paseaba entre y sobre las latas de tomates, los salamines y los frascos de aceituna. Yo debía tener menos de diez años cuando Héctor cerró su negocio. Como era imponente y destartalado, el viejo y abandonado almacén parecía una especie de casa embrujada, ideal para atraer niños traviesos; supongo que por ese motivo Héctor tapió con cemento la entrada, y la esquina de J y T se convirtió en un casi imperdonable desperdicio de espacio, con pasto crecido y árboles desprolijos en la vereda.
Ayer llevé a Pepo a dar una de sus tantas vueltas diarias. Cuando estábamos llegando a la esquina de J y T, veo que de uno de los árboles desprolijos colgaba un par de alas de ángel, plateadas y brillantes. Las alas colgaban como si el ángel las hubiera tendido un rato al sol. Apoyado contra la ventana del antiguo almacén, un hombre sospechosamente sin alas esperaba algo con un frasco de pintura plateada en aerosol. Su calidad angélica quedó confirmada cuando Pepo pasó por su lado y no lo olió: Pepo olfatea con curiosidad descarada a cada humano que se cruza en su camino. El ángel me miró indiferente y siguió esperando que sus alas se sequen.
Empiezo a creer que las entradas tapiadas con cemento no son un obstáculo para los ángeles tenaces que paran en mi barrio.