26 abril, 2009

Concepción

Tal vez otra persona piense que es una tontería, pero para mí no es lo mismo tener seis platos que tener cinco. Yo tenía seis, y ayer rompí uno. Y no puedo ir a comprar otro, porque son los platos que me compró mi hermano aquella vez que estuvo en Marruecos. Rompí uno y me bajó la presión; se me aflojaron las piernas y sentí que me desmayaba. Me senté y la sensación de vulnerabilidad extrema desapareció.
Yo soy profesor de matemáticas. Me gustan los números, son seguros. Dos más dos es cuatro, y ningún cataclismo puede transformar ese resultado. Y me gusta el orden, y las cosas de a pares. Por eso me afectó tanto lo del plato roto. Porque cinco es un número impar. Siempre creí que lo impar es una forma de desorden: siempre hay algo que queda afuera. Y la poesía es otra cosa desordenada. Concepción, mi vecina del 3ºB, escribe poesía. Hace poco me invitó a un recital poético, y yo fui por ella. No llegó a bajarme la presión, pero estuve muy incómodo; la gente leía poemas llenos de metáforas e imágenes irreales. Concepción me agradeció por haber ido con su sonrisa llena de dientes, y me sentí un poco mejor.
Concepción usa un vestido blanco con dibujos de pájaros. Son pájaros rojos, verdes y azules. Yo jamás usaría una camisa así. Mis camisas son lisas.
Concepción se tiñó el pelo de rosa. Antes lo tenía naranja. Y en su comedor hay cinco sillas, porque dice que los números pares traen mala suerte. Y yo la miro y pienso que es irónico que se llame Concepción, porque ella es todo eso que yo no puedo concebir. Concepción es perfectamente capaz de jurar que el resultado de dos más dos es tres, o martes, o tormenta. Concepción es un cataclismo imposible.
Creo que me estoy desmayando.

23 abril, 2009

26

Feliz Día del Libro para todos.
Y feliz cumpleaños para mí.

Defensa de la metáfora - Luis Rogelio Nogueras

El revés de la muerte (no la vida)
el que clama por agua (no el sediento)
el sustento vital (no el alimento)
la huella del puñal (nunca la herida).
Muchacha antidesnuda (no vestida)
el pórtico del beso (no el aliento)
el que llega después (jamás el lento)
la vuelta del adiós (no la partida).
La ausencia del recuerdo (no el olvido)
lo que puede ocurrir (jamás la suerte)
la sombra del silencio (nunca el ruido).
Donde acaba el más débil (no el más fuerte)
el que sueña que sueña (no el dormido)
el revés de la vida (no la muerte).

17 abril, 2009

Estirpe

Te asustó mi condición tricéfala, lo noté en tu expresión; creyéndote el cuento, sacaste la espada de la piedra y de un tajo limpio y experto me despojaste de una cabeza. Te preparaste para degollar la segunda y te sentiste perdido al ver que del hueco primero me crecían tres cabezas más. No hace falta ser un matemático para entender que no te convenía insistir en tu manía segadora. Yo quise serenarte, quise explicarte que jamás te haría daño, que cada una de mis cabezas piensa en vos noche y día con terquedad amorosa, pero no hubo forma: te quebraste en un llanto aterrado y corriste a refugiarte en los brazos y en la cabeza única de una mujer normal, cuyo árbol genealógico está libre de extravagantes animales mitológicos.

10 abril, 2009

Qué pasa en el barrio

Ulises es malo. O buscarroña. En su inmensa mayoría, me gustan los perros. Me gustan mucho. Pero Ulises es malo. Paseo con Pepo y Ulises nos sigue; Pepo lo ignora, pero Ulises insiste. Quiere rosca.
-Seguí caminando, Pepi. No le des bola –le digo a Pepo, y él me hace caso. Ulises, enfurecido ante la indiferencia alevosa, nos mira fijo (a Pepo con odio y a mí con sorna) y encuentra la manera de hacernos reaccionar: le muerde la cola a mi perro. La batalla parece a muerte, dos gladiadores en busca de la aprobación del emperador; unida a Pepo por la correa amarrada a mi mano, temo por mi integridad física: me lo vendieron como perro, pero sospecho que Pepo es cruza de caballo y jabalí. Cuando ya doy la guerra por perdida, dobla la esquina la dueña de Ulises.
-¡Ulises! ¡Andá a casa!
Ulises no responde.
-¿Podés agarrarlo y llevártelo? –le pregunto a la chica con toda la amabilidad de la que soy capaz. Ulises es cruza de ardilla y suricata. No entiendo dónde le cabe tanta maldad.
-Es que el perro me da miedo –me contesta.
-¡No te va a hacer nada, está conmigo! –le digo, desesperada.
-No, me da miedo mi perro.
Tal vez aburrido, tal vez satisfecho por su evidente triunfo, Ulises abandona la lucha y marcha para su casa. Ya en la mía, con la mano al rojo vivo, le grito a Pepo: ¡si volvés a dejar que el perro de Rosemary te provoque, te quedás adentro una semana!
Pepo baja la cabeza y me mira con ojos de ñoqui humedecido.
Y yo me siento injusta.

04 abril, 2009

Che, papusa, oí

Quiero tango. Tango de ahora, quiero. Tango de empedrado, no de academia. Quiero colgar un póster de un tanguero de veinticinco años (de veinticinco años actuales) que se parezca a Chizzo Nápoli o a Axl Rose (a Axl Rose en su buena época) y que ostente un talento imposible de negar. Seguro hay, seguro existe. En alguna milonga remota, existe. Seguro.
Quiero que los premios al tango dejen de ganarlos Leopoldo Federico y Mariano Mores. Mis respetos a ellos, ya inmortales. Pero tengo veinticinco años, no puedo conformarme con Leopoldo Federico y Mariano Mores. Y hace décadas que Guillermo Fernández (mis respetos) dejó de ser un niño prodigio.
Quiero prender la radio (una FM popular, pongamos Vale) y escuchar tango. Tango de ahora. Calle 13, Marco Antonio Solís y tango. Quiero que sea todo lo mismo, porque ya sabemos que es diferente.
Quiero que el tango deje de ser carnada para seducir holandeses; y si lo es, que sea como consecuencia, no como causa. Quiero que deje de ser elite. Que deje de ser mito. Que le perdamos el miedo.
Quiero que los niños tangueros dejen de jugar a ser Hugo del Carril. Quiero que los adultos tangueros dejen de jugar a ser Hugo del Carril. Quiero que Javier Calamaro vuelva a cantar tango. Quiero que se sumen otros.
Quiero tango. Tango de ahora, quiero.