29 marzo, 2009

Vindicación de la poligamia

Ya salió el número de abril de Revista Agitadoras, en donde publicaron mi Vindicación de la poligamia.

Quien quiera leerla, métase aquí.

22 marzo, 2009

Mickey, levántate y anda

Para Marcelo, a quien también le gustan estas historias.

Si nos espera el olvido, tratemos de no merecerlo (Alejandro Dolina).

Cuenta la leyenda que Mickey Rourke volvió de la muerte con el firme propósito de fastidiar a los atrevidos que lo daban por muerto.
Acabado, cargando una fama tormentosa y a la cabeza de las listas negras de (casi) todos los cineastas hollywoodenses, Mickey Rourke parecía maldito. Olvidado y maldito. Pero un día, al director Darren Aronofsky se le ocurrió una idea descabellada: Mickey Rourke era el hombre ideal para protagonizar su siguiente película, una historia sobre un viejo luchador de catch que lucha, valga la redundancia, por permanecer vigente a pesar de los estragos del tiempo. Imagino que los familiares, amigos y colegas de Darren Aronofsky creyeron que el cineasta estaba perdiendo facultades: Mickey Rourke era la ruina en persona. Pero se ve que Darren Aronofsky percibió un latido bajo los escombros, y Mickey Rourke fue el protagonista de El luchador. Y acá llega la parte que más me reconforta: regresó con gloria. Su actuación fue excelente. Por supuesto, no ganó el Oscar: los chicos malos no reciben premios. Ni siquiera cuando lo merecen.

A mí me gustan esas historias. Me gusta cuando los vencidos se levantan. Me gusta cuando los caídos tienen otra oportunidad. Soy una romántica.
No quiero hacer apología de la autodestrucción; hay personas que jamás se hacen destrozar la cara en un ring insalubre ni consumen drogas hasta perder la noción del mundo y sin embargo merecen honores y reconocimientos por su labor. Mickey Rourke era una ruina porque él buscó ser una ruina. Pero cuando digo que me gustan estas historias quiero decir que me gusta cuando un vencido demuestra que no está derrotado. De vez en cuando quiero que gane aquel por el que nadie apostó. Me gusta el tipo que regresa de la muerte para fastidiar a quienes lo daban por muerto. Porque me gusta cuando alguien revela que lo difícil, lo improbable, lo que nadie cree, también puede lograrse.

17 marzo, 2009

No me arrepiento de nada - Gioconda Belli

Desde la mujer que soy,
a veces me da por contemplar
aquellas que pude haber sido;
las mujeres primorosas,
hacendosas, buenas esposas,
dechado de virtudes,
que deseara mi madre.
No sé por qué
la vida entera he pasado
rebelándome contra ellas.
Odio sus amenazas en mi cuerpo.
La culpa que sus vidas impecables,
por extraño maleficio,
me inspiran.
Reniego de sus buenos oficios;
de los llantos a escondidas del esposo,
del pudor de su desnudez
bajo la planchada y almidonada ropa interior.
Estas mujeres, sin embargo,
me miran desde el interior de los espejos,
levantan su dedo acusador
y, a veces, cedo a sus miradas de reproche
y quiero ganarme la aceptación universal,
ser la "niña buena", la "mujer decente"
la Gioconda irreprochable.
Sacarme diez en conducta
con el partido, el estado, las amistades,
mi familia, mis hijos y todos los demás seres
que abundantes pueblan este mundo nuestro.
En esta contradicción inevitable
entre lo que debió haber sido y lo que es,
he librado numerosas batallas mortales,
batallas a mordiscos de ellas contra mí
-ellas habitando en mí queriendo ser yo misma-
transgrediendo maternos mandamientos,
desgarro adolorida y a trompicones a las mujeres internas
que, desde la infancia, me retuercen los ojos
porque no quepo en el molde perfecto de sus sueños,
porque me atrevo a ser esta loca, falible, tierna y vulnerable,
que se enamora como alma en pena
de causas justas, hombres hermosos,
y palabras juguetonas.
Porque, de adulta, me atreví a vivir la niñez vedada,
e hice el amor sobre escritorios-en horas de oficina-y rompí lazos inviolables
y me atreví a gozar
el cuerpo sano y sinuoso
con que los genes de todos mis ancestros
me dotaron.
No culpo a nadie. Más bien les agradezco los dones.
No me arrepiento de nada, como dijo la Edith Piaf.
Pero en los pozos oscuros en que me hundo,
cuando, en las mañanas, no más abrir los ojos,
siento las lágrimas pujando,
veo a esas otras mujeres esperando en el vestíbulo,
blandiendo condenas contra mi felicidad.
Impertérritas niñas buenas me circundan
y danzan sus canciones infantiles contra mí
contra esta mujer
hecha y derecha,
plena.
Esta mujer de pechos en pecho
y caderas anchas
que, por mi madre y contra ella,
me gusta ser.

12 marzo, 2009

Cuarenta y siete ovejas y un chancho

Volvió el insomnio, y volvió superpoblado. Cada tanto me acecha, agazapado en un rincón; tiene dientes afilados y se parece a vos. Viene a recordarme que todo aquello que no solucione durante el día me atormentará durante la noche. ¿Y aquello que no está totalmente en mis manos, cómo lo soluciono?, le pregunto, pero no me contesta. Se ríe, y sé que sabe algo que yo ignoro.
Causo una valla de medio metro de altura y cuento ovejas. Les ordeno: a medida que yo las voy contando, ustedes saltan la valla y pasan al otro lado. Una oveja, dos ovejas, cuarenta y siete ovejas. Al carajo las ovejas, cuento chanchos. Un chancho. Un chancho. Un chancho. El chancho no puede saltar la valla, es demasiado pesado. Al carajo el chancho. No cuento nada. Mi insomnio lanza una carcajada, y me concede una tregua: me duermo tras horas de lucha.
Esta noche volverá, con una terquedad que identifico como propia; después de todo, es mi insomnio. Yo estoy tranquila: para esta madrugada tengo planeado enviarle una veintena de caballos sin domar.
A ver quién gana al final.

07 marzo, 2009

Séptima

Soy la séptima hija de una de las familias más antiguas y respetadas de la zona. Al principio, cuando nací, nadie se alarmó: en teoría, el mito sólo abarca a los séptimos hijos varones. Pero cuando crecí, cuando me hice adulta, la luna llena se convirtió en mi tortura. No tengo forma de escapar a la transformación. Una vez al mes, la luna ilumina y yo me convierto en ese ser mítico, salvaje, irracional y peligroso que provoca el pánico en los alrededores del bosque.
Mi familia me teme. No me lo dicen, pero veo el terror que inunda sus ojos cada vez que la metamorfosis comienza, impiadosa y sin remedio. Mi familia se debate entre su amor por mí, el qué dirán, y la necesidad cierta de proteger a mis hermanas. Una vez herí a la más pequeña. Yo no me doy cuenta de los desastres que causo, juro que no soy yo. Es la luna. Es ella quien me obliga a mutar, y obliga a los míos a perseguirme bosque adentro para evitar que dañe a más inocentes.
Por eso aúllo ahora. Para explicarme. Para advertirles: huyan de mí en cada luna llena. Huyan de mí cada vez que noten que la luna me señala, porque en cuestión de instantes perderé mi condición lobuna y transmutaré, sin poder evitarlo, en mujer.

01 marzo, 2009

Sin equívocos de vodevil

Que la obesidad sea una enfermedad no significa que la anorexia sea un estado saludable, y viceversa. Que te quiera con toda mi alma no significa que seas la única persona a la que quiero. Un león puede estar enjaulado, pero sigue siendo un león. Un boxeador puede estar contra las cuerdas, pero sigue siendo un boxeador. Que disfrute de mi soledad no quiere decir que no me guste estar rodeada de gente. Que no te llame en diez días no quiere decir que no te piense cada diez segundos. Que llegue primera en esta maratón no significa que sea una triunfadora en todas las maratones. Que en este baile nadie me saque a bailar no quiere decir que nunca nadie me saca a bailar.
No creo en lo absoluto. Creo, como Henning Mankell, que ninguna imagen reproduce la totalidad. Porque si te digo te amo, quiero decir te amo, pero si te digo siento algo en el pecho puedo querer decir que te amo, o que me está dando un infarto, o que estoy acostada en el medio de la calle y un elefante está pasando por encima mío.

Me dijeron que soy extremadamente sincera. Que no doy vueltas. Que cuando digo lo que digo no dejo lugar para las dudas. Me lo dijeron como elogio y me lo dijeron como crítica. Por decir lo que pienso sin pensar lo que digo más de un beso me dieron, y más de un bofetón, canta Joaquín Sabina. Me lo dijeron y lo asumo, me hago cargo, me reconozco.
Odio los eufemismos, y desconfío de quienes hablan como si sólo existieran dos opciones: vida o muerte, amor u odio, paz o guerra, placer o dolor, correcto o incorrecto. Y yo creo que hay más matices que arbitrariedades (en el infierno también hay cielo, canta Iván Noble). Y por eso, si un elefante está pasando por encima mío, no te voy a decir siento algo en el pecho. Porque creo en los matices, porque vindico los matices. Porque los matices dan libertad. Llamar a las cosas por su nombre da libertad.
Y cuando digo que quiero libertad, es eso lo que quiero decir.