Todos los cuerpos se parecen
Recostada sobre una reposera, miraba a la gente y pensaba que todos los cuerpos se parecen. Quiero decir: ahí, en la pileta del club, me fue imposible saber si ese hombre con panza y várices era un narcotraficante, un gerente o un secretario; sólo supe que era un hombre con panza y várices. Y eso ocurrió porque el hombre estaba semi-desnudo, en traje de baño, y porque todos los cuerpos se parecen. De haber estado vestido, tal vez las señales de la vestimenta me habrían dado una pista. Un gerente no suele comprar los mismos trajes que un secretario, y hasta donde yo sé, los narcotraficantes usan camisas hawaianas y sombrero de paja.
Mis reflexiones sobre los cuerpos estaban llegando a una aburrida meseta, cuando vi acercarse a una joven pareja. Ella tenía cara de inocencia, y él tenía una cabeza extraña: de la parte superior le salía una impresionante cornamenta que casi me saca un ojo al pasar por mi lado. Entonces ella le habló, y de su boca salió una aterradora lengua bífida. Yo miré alrededor; nadie había visto nada. El hombre-venado y la mujer-serpiente fingían ser personas corrientes, y todos lo aceptaban así.
Me tumbé de espaldas al cielo. La gente, al no entender que todos los cuerpos se parecen, tampoco pueden notar un cuerpo diferente.
Me relajé. Mi ensortijada cola de cerdo, sin dudas, pasaría inadvertida.