25 octubre, 2006

No puede concretar esa farsa

Le comenté a J. lo mucho que me extrañaba verlo en su casa. Me contestó que se tomó unos días de vacaciones que le quedaban; aparte, tenía que hacer un trámite en el cementerio de la Chacarita. Trasladar unos huesos a otro nicho o algo así. Me contó que nunca había ido al cementerio, que le sorprendió ver lo grande que es. "Empieza en Chacarita y termina en la Paternal... es tan grande que hay una combi que te lleva por las calles del cementerio, entre las tumbas". Me imaginé la combi por el cementerio y me imaginé a Almodóvar, atrás, gritando: "... y corten!!".

J. siguió con su relato: "... son los huesos de mi abuela, que tuvimos que cambiarlos de nicho. Vas, pagás, te sacan los huesos de la tumba, los limpian y los trasladan a otro nicho... cuando vivía, mi abuela misma era la que limpiaba los huesos de sus familiares... yo la quise mucho, pero ni en pedo...". Por supuesto, lo primero que pensé fue "yo tampoco, por favor!!". Después me quedé dándole vueltas...

Así como Cristo no es la estampita (para poner un ejemplo), las personas que amamos no metamorfosean, al morir, en ese saco de huesos que cada tanto es cambiado de nicho. La abuela de J. debía saberlo; debía saber que esos huesos que limpiaba con amor no era Ese ser querido sino, tan sólo, un ícono del mismo, un algo con forma que le permitía ir a depositar su duelo sobre el objeto que hace material al recuerdo.

Lo que quiero decir es eso que una vez escribió Hamlet Lima Quintana con palabras más certeras, eso que hizo poema y que tituló Transferencia:

Después de todo, la muerte es una gran farsante.
La muerte miente cuando anuncia que se robará la vida,
como si se puediera cortar la primavera.
Porque al final de cuentas,
la muerte sólo puede robarnos el tiempo,
las oportunidades de sonreír,
de comer una manzana,
de decir algún discurso,
de pisar el suelo que se ama,
de encender el amor de cada día.
De dar la mano, de tocar la guitarra,
de transitar la esperanza.
Sólo nos cambia los espacios.
Los lugares donde extender el cuerpo,
bailar bajo la luna o cruzar a nado un río.
Habitar una cama, llegar a otra vereda,
sentarse en una rama,
descolgarse cantando de todas la ventanas.
Eso puede hacer la muerte.
¿Pero robar la vida?... Robar la vida no puede.
No puede concretar esa farsa... porque la vida...
la vida es una antorcha que va de mano en mano,
de hombre a hombre, de semilla en semilla,
una transferencia que no tiene regreso,
un infinito viaje hacia el futuro,
como una luz que aparta
irremediablemente las tinieblas.

1 Comments:

Blogger Diego said...

He decidido recorrer tus principios, porque a veces prefiguran los pasos que vendrán. Encontré, sin duda, el anuncio de esos pasos que ahora estoy leyendo y me alegré de que mi intuición no fallara. Si me quedé acá, en este post precisamente, fue porque me sorprendió no encontrar comentarios. Supuse que debía deshacer ese acto de injusticia y por eso estoy aquí, disfrutando de las palabras, sonriendo mientras leo sobre la muerte. Un saludo.

16/7/08, 2:41 a. m.  

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