Eso*
La vagina era algo malo, así se lo habían dicho. Su madre se lo había inculcado desde muy chica. Eso no se toca, le decía. Porque no decía vagina, decía eso.
-¿Tampoco cuando me baño? –preguntó Cándida, y la madre le dio vuelta la cara de un cachetazo; luego le enseñó a bañarse con una bombacha puesta, para evitar al máximo todo roce.
El padre de Cándida era un hombre importante que usaba uniforme y armas. Los hombres que trabajaban con él lo llamaban coronel. Su esposa, la madre de Cándida, también lo llamaba así. Y gracias a un esfuerzo de paternidad cariñosa, Cándida tenía permitido llamarlo papá.
No tenía hermanos. Había tenido, pero ya no. El más grande había muerto en una pelea callejera hacía un par de años, mientras intentaba arreglar un confuso asunto de honor. La hermana que lo seguía no pudo con una tuberculosis que le desgastó cuerpo y alma hasta convertirla en un fantasma lastimoso que contaba las horas que le quedaban para cerrar los ojos para siempre. Y el coronel y su esposa miraban a Cándida esperando el momento en que cediera a una fiebre, un cólico o alguna de esas enfermedades que padecen las mujeres. Pero eso no ocurría; Cándida crecía, aprendía a bañarse sola, y preguntaba si la vagina no se tocaba nunca pero nunca. Y la madre la corregía a cachetazos, porque era así como la habían educado a ella, y qué bien había salido, tan recta, sutil e imperceptible que incluso un coronel la había elegido como esposa.
-Para que tu esposo pueda consumar el matrimonio sin necesidad de dejar eso al descubierto; sería un derroche innecesario de libertinaje –explicó, árida y enjuta. Cándida asintió, resignada, y el matrimonio se consumó, absurdo y aburrido.
El soldado era un marido silencioso, tosco y extraño. Pasaban los meses y Cándida no averiguaba nada sobre él, salvo que podía volverse muy peligroso, con el peligro irracional y torpe del adolescente que se cree hombre, si ella no lo esperaba con la cena lista. Cándida quería saber qué cosas lo hacían reír, cuál era su animal favorito, a qué le tenía miedo. Las respuestas eran los chistes verdes, el perro, a la humillación, pero Cándida no las sabía porque el marido no hablaba.
Lo que sí supo, porque se lo contó una vecina, era que a su marido le gustaba ir al burdel del final de la calle.
-¿Y qué hace ahí?
-Duerme con mujeres.
-No entiendo. ¿Va a ese lugar a dormir? Si en casa tenemos cama.
-No, no a dormir. Es una manera de decir. Se acuesta con mujeres. Tiene sexo con mujeres. Hace eso que hizo con vos en la noche de bodas.
Cándida se sorprendió, y no sintió dolor ni angustia ni traición sino curiosidad. Y esa noche siguió a su marido hasta el burdel, y lo espió por la ventana de la calle, y lo que vio la entusiasmó: su marido estaba desnudo, y embestía como un poseído a una mujer espléndida. Y la mujer estaba desnuda. Y eso tenía que significar que la vagina, que eso, no era algo tan malo. Cándida regresó a su casa, con el corazón tamborileándole y los pies apurados.
Cerró la puerta con llave, se desnudó entera por primera vez en su vida y se paró frente al espejo. Primero se miró las tetas; no eran tan grandes como las de la mujer del burdel pero igual le parecieron lindas. Se las tocó y notó que las puntas, esas cosas marrones, se endurecían como cuando hacía frío, pero Cándida no sentía frío. Después se miró el ombligo y pensó que era algo atractivo. La palabra ideal sería sexy, pero Cándida no conocía esa palabra. Se dio vuelta y contempló su culo; era blanco, redondo y tenía dos hoyuelos en un cachete. A Cándida le gustó también su culo.
Finalmente abrió las piernas y observó su vagina. Primero pensó que era horrible. Luego dudó. Para despejar dudas, se atrevió a tocarla. Y ya no le pareció nada horrible. Siguió tocándola, y cada vez le gustaba más. Y más. Y más. Y quería decirle a su madre que estaba equivocada, que la vagina no era algo malo, no podía serlo, algo malo no podía sentirse tan bueno. Pero su madre no la entendería. Entonces, en un segundo de osadía que la hizo reír a carcajadas, como un exorcismo sin demonio, supo lo que tenía que hacer. Se vistió rápido y fue a buscar a Pedro.
Tenía algo que contarle.
*Este cuento y yo resultamos finalistas del XVI Concurso de Cuento Leopoldo Marechal, año 2009.
28 Comments:
Es un cuento hermoso, lleno de humanidad y dignidad. Me ha encantado, Gilda.
Precioso. No me extraña que fuera finalista.
Mientras lo leía me recordó los cuentos de Angeles Mastretta, de su libro: "Mujeres de ojos grandes". Me encantan.
Un abrazo.
Lindo, dulce e importante, como las cosas que tú nos cuentas.
Ójala siempre tuviésemos cosas que contar tan interesantes...
Besos y felicidades por el premio,
Tantas ha habido...
Besicos y enhorabuena!
Me encantó el cuento...
mucho mucho :)
un abrazo
Tenía que acordarse de Pedro, se lo debían...
No me extraña que quedaras finalista ;)
Besos.
Es precioso precioso, Gilda.
Es Precioso!!!!!!!!!!
Y tiene una ternura...
La mezcla de candidez, pudor y osadía -a modo de música- acompaña hasta el final este trabajo.
Bravo mi Gilda!!!!
:)
Vos y el Cuento, merecen ser finalistas y másssssss.
¿Ves?, esa es la diferencia entre saber escribir (tan parecido a saber vivir) y los retorcimientos de las palabras que tantos intentamos (tan parecido a saber desenfocar la vida).
Magistrettano. (¿Viste?)
y todo por no llamar a las cosas por su nombre ...
Fabuloso Gilda, quiero decir, Cándida ;) Fabuloso, digo.
Mis felicitaciones por tu condición de finalista, Gilda. A ti y al cuento.
Tabúes y tierna inocencia.
Muy bueno, Gilda.
Apapachito
En primer lugar, felicidades por lo tuyo y tu cuento, y en segundo lugar, bienvenidos sean esos exorcismos, ojalá se llevaran todos los malos tiempos.
Besos.
es un cuento muy bueno y pobre la madre de candida con su sabana agujereada
ainssss jejejejejej
besos
Este cuento es ganador, no finalista... Aunque creo que ya lo sabes. Soberbia narración. Maravilloso leerte.
Con todo respeto, gran texto.
No sabés cómo se agradecen algunas elipsis en los textos que tienen temáticas como esta: bordeas la cornisa pero no caes nunca. Elogiable.
Te felicito por lo del concurso y nos veremos en Palabras Escritas cuando se lance.
Y todo gracias a las guampas que le puso el marido. Y después se quejan!!...
:)
Muy bueno, Gil.
Be.
Magnífico. Dice todo lo que deja sin decir.
Como estás Gilda?.
Muy bueno. No entraba al blog desde sus comienzos. Hace mucho que no leía algo de acá y lo encontré recomendable. (jaja)
El cuento me gustó mucho.
Felicitaciones!
Besos,
Precioso, lástima que pueda ser verdad.. seguramente pueda ser verdad.
El final es genial.
No podía ser de otra manera, Gilda, siempre superándote.
Un beso fuerte, y enhorabuena¡¡¡
Muchas gracias a todos por sus comentarios.
:)
Apapacho.
Hacer que la mirada y los sentidos queden atrapados de principio a fin, que se te produzca en el cuerpo una mezcla de desasociego y dulzura, que te alegres por un tal pedro que no conocés (pero que casi se ha convertido en un cuñado), que se produzcan todos esos milagros familiares al mismo tiempo... significa que ambos, el cuento y vos, van por buen camino (y te espiamos con gratitud)
Me gustó mucho...
besote
musa
Precioso cuento. Me ha encantado.
Lo leí en tu feis y ya no sé porque no te dije nada. Quizá me dejaste pensando en cuanta necesidad hay y urgente de que ofrezcan cursos de sexualidad. Quizá así se evitarían tantas desgracias.
Felicidades por la distinción que obtuviste.
Sigue y no pares.
Abrazos.
me encantó
Me pone muy contenta que les haya gustado el cuento. Hay cuentos que escribo que me gustan más que otros; éste es uno de esos.
:)
Apapachos.
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