Cautiva

Lo que me cautiva del insomnio es el mundo lateral. Basta que no pueda dormir para que en la oscuridad de mi pieza se abra una puerta irresistible; esa puerta da a otro lugar, no sé exactamente a dónde, pero no puedo dejar de atravesarla.
Noche tras noche, en las épocas de ojos abiertos, me traslado hacia ese espacio y compruebo, con placer y congoja, que sólo yo tengo acceso a él y a sus territorios de pantanos, montañas, desiertos, mareas, infiernos, jardines botánicos y zoológicos, hombre(s) de mi vida, avisperos, serpientes que ofrecen manzanas, arenas movedizas, relojes cucú que apresan tucanes de diez mil colores, los hijos que aún no tuve, los perros que fueron míos y se murieron o se escaparon, el león que nunca podré tener como mascota, las cosas que te dije esa madrugada, las cosas que no dije nunca y que hacen metástasis, las risas verídicas, las risas que ocultan un estrépito de cristales, el optimismo infatigable, las razones que no me confieso, la mujer del espejo que huyó durante un duelo demoledor y regresó irreconocible pero viva, tu cara, tu cuerpo, tu espíritu solar, el secreto que te corroe y que creés que yo ignoro, laberintos cenagosos que fingen ser fiestas de disfraces.

Y no puedo dejar de ir hacia allí, aunque me diga una y otra vez que ese lugar no me conviene, que ese lugar es para personas diferentes, no para alguien como yo, aunque no sé muy bien cómo soy yo y por qué ese lugar no es para mí.

Anoche volvió el insomnio, y con el insomnio volvió la puerta hacia el mundo lateral. La atravesé, como siempre, pero al querer regresar al mundo real, al mundo cotidiano, la puerta se cerró sin picaporte ni llave ni candado; se cerró y me dejó de aquel lado, mientras el león que nunca pude tener como mascota me lamía la mano.